No encontraba el cierre.
- Si fueses un cierre en donde te esconderías?
En un lugar donde me encuentre rápido, pensó, y siguió metiendo los dedos entre los pliegues del vestido.
El satín se dejaba tocar tan suave, tan indiferente que daba rabia. Y la piel tan caliente debajo. Cerró los puños sobre el cuello de la blusa y tiró. La tela gimió larga desbordada por los pechos, panza, muslos y una concha húmeda entre las piernas. Después de un par de revolcones él se dio la vuelta y comenzó a roncar. Ella, con la mitad del vestido aún colgando, se sintió tal vez un poco ofendida.
Fue a la cocina. Puso leche en la ollita, sacó una taza de hello kitty y un saquito de té de la alacena. Sacó la miel de la heladera, y al cerrarla vio sobre su cama ese cuerpo interminable y desnudo.
Con unas tijeras hiso tiras de los restos del vestido y ató al bello durmiente a los mástiles de la cama. Le amordazó y le vendó los ojos y dejó que un fino hilo de miel le inunde el ombligo, continuó subiendo hasta los ojos, bajo de nuevo a cada brazo. Sobre su pecho hiso lago y cascada sobre sus piernas, sobre sus pies…
El, medio dormido, no entendía que pasaba cuando ella comenzó a lamer toda la miel desde el cuello hasta el pulgar de su pie izquierdo y mientras hervía la leche en la cocina y se derramaba apagando el fuego, otro fuego se encendía.
Cuando le chupó la última gota que quedaba en el ombligo su pija estaba como una espada sobre el yunque de un herrero, ella la montó desquiciada, cogió y gritó hasta desparramársele encima borracha,satisfecha y se durmió con una sonrisa de venganza en los labios.
Él, que no pudo terminar, trató de moverse, pero estaba muy bien atado. Los huevos se le quedaron como eclosionando, con miles de pollitos picoteando desde adentro para salir. Y mientras trataba de frotarse de alguna forma no le daba importancia a ese olor que venía de la cocina.
Me encanto lo de los pollitos...
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