A la memoria del Padre
Marcelino Noutz
Al "poeta de Dios"
César Alonso de las Heras
A Francisco Pérez-Maricevich
por cuya amistad y fervor
ven la luz estos poemas
A mi hermano Victor Vallejos Pérez Garay
1
Marcelino Noutz
Al "poeta de Dios"
César Alonso de las Heras
A Francisco Pérez-Maricevich
por cuya amistad y fervor
ven la luz estos poemas
A mi hermano Victor Vallejos Pérez Garay
1
Aquí estoy con toda mi presencia.
Mi alma gris. Mi corazón distante.
Otra cosa no tengo. Ni he tenido.
Y sin embargo, falto.
Falto en mi corazón. Huyo en mi sangre.
Mi alma siente su humedad de nada.
Y sólo tengo como mío el fondo
del propio abismo que nos crece adentro.
2
Hoy que he salido para
buscarme adentro, hablarme,
conversarme, estar conmigo,
sentir sin soledad toda mi ausencia, no me he hallado.
Hoy que he bajado paso
a paso mi vacío,
y que no he encontrado a nadie
que me ofrezca su mano,
que he pisado mi carne
como orilla ajena,
no sé como no estoy, si no he salido.
3
a Dorita Alfonzo Rolón
Señor: el mundo está cansado.
La sombra crece. El sol se apaga.
El hombre se está quedando sin orillas;
Señor, el hombre está llegando a nada.
El milagro, Señor, el cielo, el alma,
Nada. Para morir no hace falta
haber nacido. Para vivir, Señor,
es necesario morir a cada rato.
4
Yo soy simplemente el mismo.
El abanderado de la nada
y su laberinto de sombras.
El que os dice que dios
está canoso y que el tiempo
se madura en latidos.
El de siempre.
El que busca filosofía donde
no existe, y la encuentra.
El que sabe que su cuerpo es más
suyo que su alma, y no cree.
El que amontona, poco a poco,
su ceniza para acosar su muerte.
El que no puede con esa cruz de Cristo
porque la suya es más pesada.
5
Sólo. Por el camino
único del hombre. Entre ceniza
y viento. Entre agonía y llanto.
El mundo despereza su muerte
en nuestra sangre. El tiempo
retrocede.
¿Afluentes de qué? El hombre pasa
con el montón de carne
que nos abraza el hueso.
El exilio comienza cada vez
más de adentro. Y el alma se derrama
por todos sus costados.
6
Por algún lado
será
que el hombre llegue,
aunque nosotros
nunca
lo veamos pasar.
Tal vez le castiguemos
cuando esté
a nuestro lado,
o en nuestra propia
sangre
le podamos negar.
7
para Augusto Roa Bastos
Hay veces en que nadie
recuerda
que existimos;
que la vida se encoje
y nos aprieta,
y que es difícil despertar
cada mañana
la sangre en nuestras venas.
Días de conversar
al esqueleto, doblados hacia adentro,
y de llorar a oscuras
sobre estos mismos huesos,
de usar la propia piel
como mortaja, y decirle
a la vida que no estamos,
y que vuelva otro día.
8
a María Luisa Artecona de Thompson
Que nadie se preocupe
de sus alas cortadas, de su barro
añadido, de su esqueleto
ajado, del pan que no se come
y se digiere, del tiempo
que no se trae y no se entrega.
Todo está calculado. La ceniza
reboca el brocal de los huesos.
El alma es un agudo
triángulo de carne. El hombre
como ciega procesión
de su sangre. La eternidad
como moneda
que acuñar en la muerte.
9
a Carlos Colombino
Me preocupan los muertos
con su traje único
esperando inútilmente
debajo de la tierra.
La muerte con su ancla
amarrando
sus huesos,
la eternidad como gusano
taladrando
sus carnes.
Seco su tiempo,
la noria mutilada,
debe pesar tanto vacío
al hombro,
la agrimensura
triste
de nivelar las sombras
y de medir en vano
la altura
de la muerte.
Frío el rincón. El muro
derribado. La desembocadura
de Dios. El litoral del infierno.
El polvo ha recobrado de nuevo
su estatura.
La eternidad duerme otra vez.
La nada, empieza.
10
Por estos anchos pliegues
de la muerte,
descalzos simplemente
para pisar la nada.
(argamasa de sombras
para este mismo horno
de arcángeles expulsos
de un falso paraíso).
Norte oscuro y caliente
de la sangre
donde la muerte
instala sus aleros,
y comienza su poda
desde adentro
a cavarnos la tumba
a picotazos.
Después queda la cal
para apagar
la calavera;
remangada la sombra,
izada la ceniza,
testigo ante sí misma
de algún Dios apocado
que no tuvo pesebres
ni posó en los altares.
11
a Marta Lynch
Se bebe uno la muerte
sorbo a sorbo,
sin convidar a nadie
el propio trago,
mientras el ser cansado
se acurruca
sobre su blando lecho
de ceniza.
Pescadores varados
sin la red bajo tierra,
extraños buscadores
del perfil de su nada,
comedores tenaces
de las propias raíces,
destinos minerales
sin rumbos a sí mismos.
Bien entrada la sombra.
Bien desgajado el tiempo.
El alma hecha silicio
o ya caldo sin huesos,
la tierra boca abajo
preñada de silencio
su antigua profecía
diluye entre los muertos.
12
a Josefina Plá
I
Todos velábamos a Dios
aquella noche,
como a un muerto gigante,
ahogado en nosotros.
La tierra se ahuecaba
para sorber la vida
mientras un cielo ausente
nos volvía la espalda.
II
Toda una inmensa noche
nos trepaba los huesos,
llovíamos callados
sobre nosotros mismos,
la nada nos lamía
tibiamente las sienes,
era baldío el tiempo
que nos soplaba adentro.
III
Como a madera vieja
nos digerían insectos,
el hombre era una jaula
abierta
para adentro,
nos poblaban arcángeles
extrañamente
ebrios,
muertos insomnes éramos
de pie bajo la tierra.
IV
Fermentaba ya el Verbo
en las entrañas, y en las oleadas
nos llegaba su vacío,
átomo ausente
cayéndonos de abajo,
sombra desperezada
en vez de sangre
V
Piel subterránea.
Latido volteado.
Eternidad de nuevo
bautizada.
Cielo crucificado
en vez del hombre.
Infierno inaugurado
en vez de nada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario