22/4/10

Alicia


La partida de ajedrez. Las 8:15. El entierro del rey. Una partida de corazones.
Entonces Alicia rompió el espejo, y los dos mundos se fundieron en uno en el que ya no podías distinguir entre lo recto y lo volteado, donde las monedas tienen una sola cara, un país de ciegos donde el tuerto es el crucificado.
A Alicia le gustaba mirarse en el espejo roto, ver todos sus rostros al mismo tiempo, verse a si misma como la verían todos los ojos que la miran al entrar a un salón.
Una vez se cortó con un borde del espejo, la cicatriz que es el mapa de la isla del tesoro. Para llegar al tesoro debe recorrerse todo el mar.
El mar, por supuesto, es su cuerpo.
O eso era más o menos lo que pensaba Andrea mientras dejaba nadar su mirada por aquellas piernas interminables como un mar de nieve. Pensó que pasaría si al llegar a la isla no hubiera ya un tesoro, ¿se decepcionaría?, recordó que alguien le dijo una vez: “No has de esperar que Ítaca te enriquezca: Ítaca te ha concedido ya un hermoso viaje”.
Habría pensado que entonces diría algo así, pero justo entonces se encontró con los ojos abiertos de Alicia que miraban el techo como si leyeran una historia triste en las líneas del cielorraso.
Se quedó mirando aquellos ojos como escrutando en el ámbar un mosquito que bebió la sangre de una criatura maravillosa y extinta para siempre. Entonces ella bajó los parpados.
-¿Qué quieres?- dijo desde su sueño.
-Desnudarte- contestó Andrea.
-¿Qué?- preguntó de nuevo Alicia. Andrea se aclaró la garganta.
-Desnudarte- dijo de nuevo.
Alicia no dijo nada más. Andrea pensó que se habría dormido de vuelta. La fiesta había sido larga, comenzaron la tarde anterior y no habían parado hasta las 6 de la mañana. Ahora serían cerca de las 12, y ya sólo quedaban ellos dos en el departamento. Andrea pensó que lo mejor sería marcharse, se puso de pie y ya enfilaba hacia la puerta cuando la voz de Alicia lo detuvo.
-¿Juegas ajedrez?
-Sí- contestó.
-En la repisa hay un tablero, en el pote de caramelos están las fichas- dijo de nuevo.
Andrea volteó a mirarla y seguía en la misma postura, aún con los ojos cerrados. Se preguntó si había dicho en verdad eso, o si sólo lo imaginó, o si ella lo había imaginado. En todo caso fue por el tablero y preparó la partida en una mesita cerca del sofá donde reposaba Alicia. Cuando hubo terminado ella dijo.
-Es mi casa, así que me tocan las blancas- y se acomodó para iniciar la partida.
Movió el peón del 2f al 3f. Andrea movió el peón del e7 al e6. Alicia el peón del g2 al g4. Andrea llevó su reina al h4. Alicia miró incrédula el tablero.
-Jaque- dijo Andrea.
Y en eso sonó el timbre. Alicia miraba el tablero como hipnotizada.
-¿Veo quien es?- preguntó Andrea. Alicia no parecía estar escuchando. El timbre volvió a sonar. Andrea fue a ver quien llamaba. Entonces entró un hombre vestido con esmoquin, venía hablando, como si estuviera diciendo eso desde toda su vida.
-Si supieras lo que se siente la piel desprenderse, la carne agusanarse, los huesos romperse en un ladrido seco, la medula licuándose y los ojos colgando de sus órbitas, abrirse como capullos. Si supieras como se siente una aguja al rojo bordar tu mortaja en tu piel, entrando y saliendo poro a poro, si tan sólo supieras.
-Señor, está bien? –preguntó Alicia.
-Es tarde-, dijo el hombre con smoking. Alicia no lo conocía, pensó que Andrea lo había dejado entrar. –es tarde- repitió.
-Son las ocho y cuarto-, le dijo Alicia luego de mirar su reloj.
-Ya abrieron la rosa.- dijo el hombre.
-¿Qué rosa?- preguntó Alicia.
-La rosa, la rosa!- contestó el hombre exaltado- la rosa con cirrosis, la rosa radioactiva!.
Alicia recordó haber escuchado esas palabras alguna vez. Algo se movió en su cabeza.
-¿La rosa de Hiroshima?- preguntó.
Pero el hombre ya no estaba. En su lugar sólo su sombra, pegada a la pared. Alicia miro de nuevo el reloj. Seguían siendo las ocho y cuarto. Entonces notó que se había detenido. “Se habrá acabado la pila”, pensó. “¿y Andrea?”.
*
-El rey ha muerto, larga vida al rey.- gritó alguien en el cuarto, Alicia miró hacia la voz, y era un pequeño soldado ante el tablero de ajedrez, acariciaba al rey blanco y gritaba de nuevo “el rey ha muerto, larga vida al rey”. Alicia quiso preguntarle que demonios hacía ahí, pero cuando se acercó a él ya no estaba. “lo habré soñado”, se dijo finalmente, y se echó al sofá. Ya lograba dormirse cuando escuchó de nuevo el grito. Abrió los ojos, y se encontraba en un cementerio entre cientos de soldados. En el centro un ataúd bajaba, alrededor cientos de coronas de rosas blancas parecían llorar en silencio. Alicia tomó una rosa y se clavó con una espina. Iba a preguntar a un soldado dónde estaba, cuando una mujer gorda y muy adornada entró gritando:
-Ordené rosas rojas, estás son rosas blancas!
Los soldados comenzaron a temblar.
-Quién es el culpable! -Gritó la señora gorda fuera de sí. Alguien empujó al pequeño soldado hacia adelante.
-Qué le corten la cabeza!- grito, y los soldados se lo llevaron, en unos segundos todos se habían marchado, salvo Alicia y la señora gorda.
-Cuál es tu nombre- le preguntó amablemente a Alicia, como si nada de lo que había pasado hubiera pasado.
-Alicia.- contestó.
-Qué bonito nombre- dijo la señora –me acompañas a tomar el té.
A Alicia no le gustaba la idea, pero no quiso negarse ante una persona tan explosiva y aceptó. La señora hiso un gesto y al instante un carruaje llegó junto a ellas. Subieron y luego de un corto paseo se encontraban ante un inmenso palacio. El palacio se veía muy raro, pensaba Alicia. Al acercarse pudo constatar que era muy raro: estaba construido con naipes, era un gigantesco palacio de naipes.
*
El palacio de naipes. El juego de corazones. El desierto.
Entraron a la sala del palacio y las anunciaron “la reina y alicia”, y se sentaron en una pequeña mesa de té. La reina parecía muy aburrida.
-¿Quieres jugar a los corazones?- le dijo a Alicia.
-No sé jugar- contestó ella.
-Es muy simple, te enseñaré- le dijo y se puso de pie, fue hasta una pared y cogió una carta, toda esa sección se vino abajo. Alicia se asustó, pero luego pensó, de seguro la reina está acostumbrada a remodelar constantemente su palacio.
-Jugamos entre cuatro- dijo, e hiso un gesto con el que dos soldados más aparecieron, repartió la carta entre Alicia, los dos soldados y ella misma. -Antes de cada mano, debes pasar tres cartas a la persona que tienes al lado, usualmente les pasas las cartas inútiles, las que pueden meterlos en problemas, es como la vida real. –dijo sonriendo. -Empieza quien tenga el 2 de tréboles. –dijo, y un soldado lanzó esa carta a la mesa.- Tienes que echar una carta del mismo palo –siguió explicando la reina-, si no tienes ninguna, puedes echar cualquiera de otro palo. Lleva la basa la carta más valiosa del palo de la carta que quedó abajo.
Sobre el dos de tréboles, la reina puso la dama de picas, el otro soldado un 3 de tréboles, y Alicia un 5 de tréboles.
-Quien lleva más corazones, pierde.- continuó la reina- pero la carta que llevaste es “la bruja” si tienes esta carta tienes muchos puntos en contra.
-¿Por qué?- dijo Alicia.
-Porque a esta reina se le clavó una espina en el corazón, y se volvió negro- dijo la reina, y Alicia notó que efectivamente el signo de picas era un corazón invertido con una espina en la base. –Sin embargo- continuó la reina- si tienes todos los corazones, y aparece la dama de picas, ganas la mano.
-En verdad?- dijo Alicia.
-Por supuesto –contestó la reina- porque cuando todo va mal, sólo alguien que ha sufrido mucho puede arreglar la situación.
Alicia pensó que tenía sentido.
-Ahora empiezas tú, porque has llevado la basa- le dijo la reina. Y Alicia puso sobre la mesa un as de corazones.
-No puedes poner un corazón porqué sí- dijo la reina –pones un corazón solo cuando no tienes una carta del palo que otro haya arrojado, nunca entregues un corazón sin motivo. –dijo la reina. Y golpeó la mesa.
-¡Cuidado! Puede romperse- dijo Alicia viendo tambalear la mesita.
-Los corazones no se rompen- dijo la reina- usualmente sólo se doblan. Entonces, si sabes donde está la marca, puedes hacer trampa con él. –Y siempre hacen trampa con él.- dijo la reina tomando un naipe de otra pared, entonces todó comenzó a temblar. Las cartas ya caían de todos lados, Alicia corrió hacia la salida. Logró llegar afuera justo cuando todo el castillo se vino abajo. Miró la carta que le había pasado la reina, era el as de picas, tenía muchas marcas. La carta comenzó a sangrar, hasta volverse un as de corazones. Soltó la carta, y al caer, se rompió en pedazos como si hubiera sido de cristal. Miró alrededor y todo era un desierto. Se postró de hinojos y lloró.
*
La luna y el gato. La inscripción en la carta. El sombrerero loco y el guardia. Se reanuda la partida.
-No llores- dijo alguien. Alicia se aclaró los ojos. Frente a ella sólo tenía la luna, como un recorte de la uña de un bebé.
–No llores- repitió la voz.
Alicia comenzó tratar de armar la carta que estaba frente a ella, no porque le importase, sino porque simplemente no tenía otra cosa que hacer.
-La rompí- dijo finalmente.
-No puedes romper nada que no haya estado roto desde siempre. –dijo la voz. Entonces Alicia terminó de armar el naipe roto, y vio que en el había una inscripción.
“e sono felice, proprio; com'ero un tempo, destituito di norma.”
-¿Qué significa esto? –preguntó Alicia.
-Yo no sé –dijo la voz –pero sé de alguien que puede saber.
-¿Quién? –preguntó Alicia. Y sintió que a su lado un gato negro pasaba acariciándole la pantorrilla. El gato siguió caminando y Alicia lo siguió.
Entraron a una sombra tan oscura que ya nada se veía, ya ni al gato, ni a sí misma. Ya ni siquiera sabía si seguía caminando o si se detuvo, se era ella u otra, ni siquiera si estaba ahí, cuando una luz le quemó los ojos.
Ahora estaba en una habitación blanca, blanca, blanca, histérica y sin manchas. El único mueble era una cama en la que un hombre estaba atado. Hablaba constantemente en un murmullo bajo, como si rezara una letanía. Alicia se acercó a escuchar.
“asesinos asesinos asesinos todos cometieron un infanticidio todos los niños muertos muertos, todos los niños que asesinaron para crecer mataron a su propio niño para volverse adultos todos zombies todos zombies de su niño interior hablando con las paredes con los niños que nacieron de los óvulos de las menstruaciones que se fecundaron con el semen de las masturbaciones los niños que arañan por las noches las cañerías cantando aleluyas a la luna”
Así hablaba el hombre sin parar cuando un hombre entro a la habitación. Estaba también de blanco y llevaba un cigarrillo apagado en la boca. Tomó a Alicia del brazo y la llevó con él.
Salieron a un pasillo largo que parecía no terminar nunca, al costado no se veían puertas ni ventanas, tampoco se veía de donde venía la luz cegadora. El hombre abrió una puerta y le dijo:
-Pasa.
-¿Qué es esto? Preguntó Alicia.
-Es tu cuarto –dijo el hombre.
-¿Y quién eres tu?
-Soy el carcelero –dijo el hombre y encendió el cigarrillo.
-Y por qué estoy presa –dijo Alicia.
-Por que estás loca- contestó el carcelero.
-No estoy loca. –dijo Alicia, casi preguntando.
-¿Miraste los ojos del sombrerero? –le preguntó el guardia.
-¿Quién?
-El hombre del otro cuarto –le explicó.
-Sí –dijo Alicia
-Y el te miró.
-si- contestó de nuevo –¿eso que tiene que ver?
-Entonces estás loca. –le dijo el carcelero
-¿Por qué?
-Porque cuando miras a otro lo vuelves tu espejo. –dijo el guardia.
-Porque?
-Porque puedes ver en sus gestos el reflejo de ti misma.
Alicia pensó un momento.
-Entonces el otro puede ver su reflejo en mí –dijo finalmente.
-Sí –contestó el guardia.
-Y esa persona ve en mí el reflejo que en ella veo de mi misma- continuó Alicia.
El guardia asintió de nuevo, y agregó:
– y si lo miraste, y te miró, ambos se reflejaron y ambos están locos. Locos hasta el infinito. –dijo el guardia y dio una larga pitada. Encendió otro cigarrillo, y agregó –dos personas que se miran frente a frente son el infinito.
-Pero si todas las personas son espejos, cada persona es todas las demás – dijo Alicia.
-Sí, si se miran, sí. –dijo el guardia –tu eres el sombrerero loco, y tienes una licuadora en la cabeza; y eres el gato de Cheshire, que es la sonrisa de la luna; y eres la reina de corazones y vas decapitando a las personas que te rodean; y eres el conejo con el reloj detenido el día que explotó la bomba de Hiroshima mon amour.
Alicia siguió pensando en todas las personas que conocía y había mirado a los ojos y sintió que en verdad enloquecía y dijo.
-Entonces quién soy yo?
-Eres Alicia. –dijo el gaurdia, y cerró la puerta.
“Alicia”
*
-Alicia –dijo Andrea tocándole el hombro. -Te quedaste dormida.
-¿Qué, cómo? –dio Alicia sentándose en el sofá.
-Fui a atender la puerta, era Gabriel que olvidó su paraguas. –explicó Andrea.
-Y me dormí? –preguntó -Hace cuanto?
-Unos segundos. -le contestó.
-Me duele la cabeza.
-¿Quieres un vaso de agua?
-Sí, por favor. –contestó Alicia.
Andrea fue por el vaso.
–¿Fría? –preguntó desde la cocina.
Sí –contestó.
Andrea volvió con el baso y Alicia lo bebió en tres sorbos.
-Quieres más?
-Ya estoy bien. -dijo- gracias.
-jaque mate- dijo Andrea, señalando el tablero.
Alicia cogió su torre, y la puso frente a su rey.
-Eso es trampa. -dijo Andrea.
-¿Por qué? -dijo Alicia
-Va contra las reglas del juego. -contestó Andrea. –tienes que saberlo.
-Es mi vida, -dijo Alicia- son mis reglas -y movió un alfil hasta la reina negra.
Andrea se sentó ante el tablero.
Movió un peón hasta el alfil blanco.

FIN

1 comentario: