15/12/09

un monólogo


¿Mi nombre? Pero Vd. sabe mi nombre.
Está bien.
Viviana De Jesús.
18 años.
No sé, sólo comencé un día, me lo propuse y ya… escribí una carta. Aún la tengo.
Claro.
Hoy a las 2:45 de otro día castigada sin ver a mi novio he decidido que ya está, que es suficiente, no sufriré más.
Ya no me importa que él no me llame, yo no pienso llamarlo más. Ya no me importa si me alejo más de mis padres, yo no pienso intentar acercarme.
Desde hoy mi único objetivo será terminar mi carrera y lárgame lejos, pero bien lejos de esto para hacer lo que me venga en gana, y eso haré: lo que me venga en gana.
Y si tengo que hacerlo sola, si tengo que poner al mundo en cuarentena, no me importa, lo haré.
Está decidido.
¿Mi cuerpo? No me importaba mi cuerpo. Sólo quería mantenerme ocupada. Levantarme y fijar una meta: hoy sólo comeré lechugas, o sólo un pote de frutillas, o no comeré nada. Decidir el domingo que el siguiente domingo tendré dos quilos menos, o hacer una carrera de kilos a ver cuanto podía bajar en un mes. Tenía un reloj para saber cuantas horas llevaba son comer y…
¿La gran meta?
Al comienzo fue pesar 50, luego decidí seguir…
No sé porqué, porque no tenía otra cosa que hacer, no sé. Al fin y al cabo ya lo dije, el motivo de adelgazar para mí nunca fue volverme un ángel, adelgazaba para desaparecer y ver si así terminaba todo.
¿Lo qué paso ese día?
Bueno…
No sé como empezar…
Es que vino de antes.
Comenzó en un sueño.
Estaba en una fiesta, la organizaba un chico que me había gustado un tiempo. Yo estaba con mi novio pero no me hablaba, estaba enojado no sé por qué y yo sólo le decía que se fuera, que se fuera hasta que se levantó y salió.
Entonces miré alrededor y vi a todos comer esas hamburguesas y esas bebidas alcohólicas que tanto engordan y me sentí bien al saber que no era a mí a quien todas esas calorías se le bajarían al abdomen y las nalgas.
Sin embargo estaba triste, sola con los ruidos de mí estomago como canción de cuna, de esas canciones que uno escucha antes de dormir y no despierta nunca más. Decidí salir a buscar a mi novio y me desperté con un dolor de cabeza más grande que un termómetro de cuarenta grados.
No había nadie en casa. Ensucie un plato para que mamá piense que almorcé y fui a la facultad. Ahí me encontré con una “amigo” y una “amiga” que se pusieron de acurdo para molestarme:
que ya estaba muy flaca,
que era culpa de mi novio,
que si quería verme bien que vaya al gimnasio ,
y que vaya al nutricionista pero que ya estaba yendo muy lejos con mi dieta
Todalaputaclaseselapasaronmirándome.
Me hicieron sentir muy mal.
Al salir paré en un automac y me compré el helado de doble crema de cerezas que había soñado por meses. Luego en el supermercado me compré papas fritas, dulces, hasta un pollo completo. A la noche me sentía como un pozo ciego construido sobre un geiser. En años no comía más de un plato al día y esa tarde había engullido más de lo que creía posible.
No podía estar de pie, ni tirada, ni en cuclillas, ni nada. Fui a la cocina. No quería hacerlo, me había prometido nunca hacerlo, pero esta vez era demasiado. No había vinagre, comencé a tragar grandes cucharadas de café. Luego desperté en la gran fiesta vomitando en mi vestido de novia, salí corriendo por los pasillos de la facultad y en cada esquina estaba mi madre, mi novio, mi amigo y yo misma con los trapos manchados y yo corría por ese laberinto gigante hasta…

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