Y tres horas después, más o menos, estaban en el río rojo, que no era realmente de tal color. Allí se alzaba un puente levadizo, pero ya no había operarios que lo bajen, así que podía decirse que el camino acababa ahí. Por otra parte el mapa indicaba que el camino debía seguir en el río, y allí una chata amarrada a la orilla parecía ser un buen medio para llevar a cabo ese trayecto.
El maestro subió a bordo y probó la embarcación, aún tenía combustible, y, aún más sorprendente, el motor aún funcionaba, invitó al pequeño aprendiz a subir a la embarcación, y se dirigieron bajando el río en la dirección que señalaba el mapa, según el cual debían avanzar toda la tarde hasta lo que parecía una cascada cruzada por un puente. Como evitarían caer, sería algo que sabrían llagado el momento.
En medio del traca-traca del motor, el maestro, en el timón, un poco gritando, continuó la historia:
“Cuando los hombres de la otra orilla se desbandaron, Dulac reunió a sus hombres y organizó la cacería. Siel, sin embargo, al ver los cuerpos en la orilla, y la sangre y al sentir el olor pútrido de la muerte, y los rostros de hombres como él, tirados como carne mala, con los ojos muy abiertos de espanto, gritó:
-si este es el precio de la paz, si por la muerte de otro mantendré mi vida, prefiero morir yo antes que levantar mi espada de vuelta contra un hermano.
”Y arrojó su espada a los pies de su maestro. Dulac, enfurecido contestó:
-Estos hombres se preparaban para esclavizar a tu madre y a tu hermana, para quemar tus cosechas y degollar tus animales, y dices que dejarías que lo hagan sin más?
-No vi que hayan intentado hacer nada de eso- contestó Siel. Y Dulac tomó la espada que había arrojado a sus pies, se la puso en la mano y dijo:
-Entonces veamos como salvas tu vida sin matar.
”Y acto seguido, comenzó a lanzar golpe tras golpe, cada cual más furioso sobre el joven, pero lo había entrenado bien y esquivaba fácilmente las estocadas del maestro. La noche se cernía ya sobre los combatientes cuando Siel habló de nuevo.
-Si quieres mi sangre, este es mi pecho, clava tu espada en él.
”Y Dulac hundió su espada hasta la empuñadura, y al tratar de sacarla de vuelta, sintió que estaba trabada. Tiraba con rabia, pero era como si fuera una pieza más del cuerpo de su antiguo alumno. Esto duró un segundo, o menos en verdad, porque con el corazón herido, con la fuerza de saberse en su último momento, Siel alzó la espada y de un golpe limpio cortó el brazo de Dulac, que aún trataba de sacar del pecho del joven su espada.
”Un chorro de sangre negra salto del miembro cercenado manchando el cuerpo de Siel y dibujando arabescos en la arena, y Dulac, tomado por un miedo enorme, salió corriendo hacia el lugar que nosotros llamamos norte”.
“Y donde aparece la brújula en todo esto”, preguntó el niño.
”A la mañana siguiente –continuó el maestro buscando una explicación apresurada para la brújula, que en verdad había olvidado incluir en la historia- los sobrevivientes del pueblo de Dulac subieron a un bote el cuerpo de Siel, del cual no habían podido sacar la espada. Con ramas y pequeños leños hicieron una pira para quemar el cuerpo como era costumbre en aquel tiempo, empujaron el bote al río y con una flecha encendida prendieron fuego al cadáver. Con la tarde lo vieron hundirse en las aguas aún ensangrentadas.
”A la mañana siguiente sin embargo, dos niños que fueron a nadar notaron que en medio del río algo brillaba, llamaron a los mayores y se acercaron: eran restos de la espada de Dulac, flotando sobre un trozo de madera. Notaron entonces que la espada apuntaba en dirección al lugar en que había huido el asesino, y descubrieron con el tiempo que si dejaban otros metales junto a la espada, estos también al flotar señalaban la dirección que entonces se conoció como el rumbo de la vergüenza”.
“Porque se habrá trabado la espada en el pecho de Siel?” Se preguntó el pequeño.
“Probablemente se trabó en una costilla –dijo el maestro, y agregó: pero algunos cuentan que en el comienzo, el corazón tenía la forma de una flor, o de una estrella, pero dicen también que era así porque era una mano abierta para ayudar, y que el corazón de Siel se cerró para tomar la espada de Dulac y mantenerla en su pecho, desde entonces, el corazón de los hombres tiene la forma de un puño cerrado”.
“Es por eso siempre ha sido todo tan horrible, verdad?”
“Quizá”, dijo el maestro, y miró hacia adelante, creyendo el mismo en esa parte de su historia.
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