A la mañana siguiente, el maestro despertó y el niño estaba al pie de su cama, cuando se sentó al borde de la cama, el pequeño le extendió un papel en el que se dibujaba una suerte de mapa, un tanto raro a decir verdad, entre serio e infantil. Una brújula en el centro como de costumbre marcaba el norte, y en el papel sólo se veían una serie de flechas entre unos dibujos vagos, había un lago y unas casas que indicaban, suponía, el lugar en que estaban, la primera señalaba al sur y llevaba adjunta la leyenda “dos horas”, y y luego se veía un par de líneas y una flecha que decía, “tres horas” y terminaba en el dibujo apresurado de un río, y así, todo el mapa parecía hecho apresuradamente por una mano que quizá conocía bien el camino, pero ignoraba del todo las distancias.
“Debemos ir” dijo el pequeño.
“Es difícil -contestó el maestro, somnoliento aún- las distancias no están marcadas, dos horas es un decir, si el viaje fue en un vehículo, o sobre algún animal…”
“Ya no quedan animales” interrumpió el niño.
El maestro asintió, salió de la cama y preparó el desayuno. Comieron sin decirse una palabra, estaba decidido tácitamente que emprenderían el viaje, a donde quiera que llevara. El maestro no podía explicarse bien por qué, pero era así, y no había dudas al respecto. Terminaron de comer y acabó de cocer unas ropas para el niño, cargaron en un par de bolsos algunos alimentos enlatados y el anciano fue por su brújula, no la había tocado desde que llegó a esa casa y decidió no seguir buscando algún sobreviviente.
Así salieron a las calles, y la mañana era fría y parecía detenida en ese instante desde hacía mucho tiempo. El maestro sacó la brújula, y consultando aquella suerte de mapa, emprendieron el camino hacia el sur.
El niño miraba la brújula como intentando reconocer el instrumento, el maestro se la dio y dijo.
“La flecha siempre apunta hacia el norte, hacia el lugar de un horrible crimen, para recordar siempre a los hombres lo que ocurrió aquel día en que el espíritu tomo cuerpo, y llevó la guerra a los hombres.
”La tierra estaba apenas poblada entonces, unos cientos de hombres, hijos del sol y la luna, deambulaban, cazaban, construían aldeas y cultivaban sus huertas; pero también rondaba un antiguo espíritu, que odiaba la luz y todo lo que fuera nacido de ella, y el espíritu urdió un plan para acabar con aquellas jóvenes criaturas.
“Dulac, un hombre que había perdido el brazo derecho contra un gran tigre en una cacería, se lamentaba en su choza de tal estado. Había sido gallardo y admirado, ahora era una carga, no podía disparar flechas, y su brazo izquierdo era torpe y lento a pesar del entrenamiento al que lo sometía, se vio condenado a ser mantenido por su antiguo aprendiz Siel, y la vergüenza lo consumía.
”El espíritu que pasaba invisible una noche lo escuchó:
-Qué no haría yo por volver a ser quién era, por blandir mi espada en la cacería y volver cargado de presas?
”Decía Dulac, y suspiraba pesadamente. El espíritu entro a la choza y le dijo:
-En verdad, a qué estás dispuesto a todo por ser el primero entre los hombres que pueblan la tierra?
-Todo lo daría, pero nada puedo dar, porque mi vida misma es sólo una carga para los que me rodean- contestó el hombre.
-Yo puedo hacer que tu brazo sea tan ágil –dijo el espíritu- que criaturas con cuatro brazos entrenados en las artes de la cacería no podrían detener tu espada.
-Y qué deseas a cambio, dijo Dulac.
-Llegada la hora lo sabrás, sal mañana al bosque y busca al león que llaman Krort, lo matarás con mi ayuda, y hunde tu brazo en la garganta del león, luego serás invencible.
”Y salieron cuando la nariz del sol asomaba en los confines del mundo, y en lo profundo del bosque dormía Kror.
-yo lo mantendré dormido –dijo el espíritu- clava tu espada en su pecho y haz lo que te dije.
”Dulac dudó, porque era un acto cobarde matar a un animal sin darle la oportunidad de luchar, y Kror era un león que hacía años fue líder de una manada, y sólo aquella primavera había sido vencido por otro más joven, retirándose al bosque a esperar su muerte. Pero el espíritu insistió y Dulac hiso como le había indicado: mató a Kror mientras dormía, y el león abrió los ojos apenas un instante para morir, Dulac los cerró porque no soportaba la vergüenza, luego hundió el brazo en la garganta, y en el estómago de Kror sintió una piedra.
-Sácala, dijo el espíritu.
Y así hiso el cazador. Era una piedra roja, y el espíritu le dijo:
-Engárzala a tu espada, y ella te guiará en la batalla.
Así fue en verdad, y con tal arma, Dulac hiso fama de invencible, y recuperó su sitio de honor en la aldea, y todo marchó como en los viejos tiempos, hasta que una mañana el espíritu volvió a la choza de Dulac.
-Al otro lado del río vive un pueblo que ha conocido tu gloria y te teme, he pasado la noche en su campamento y sé que planean atacar mañana en la mañana, debes advertir a tu pueblo y atacar antes de que sea tarde.
”Y Dulac dudó, porque nunca habían tenido con los habitantes de la otra rivera más que encuentros fortuitos y amistosos, pero el espíritu lo llevó consigo y él vio que en la otra orilla preparaban sus armas a la luz de la luna, y volvió a advertir a su pueblo.
”Lo que él no sabía era que el espíritu había sembrado antes en el pueblo vecino la idea de un ataque por su parte, y preparaban sus armas ante tal eventualidad. Así, cuando en la mañana, Dulac y otros hombres cruzaron la rivera, al otro lado esperaba una suerte de ejercito y la batalla que se entabló en esa orilla manchó de sangre la rivera para siempre, de ahí tomó el nombre de río rojo el río al que nos dirigimos, sólo sobrevivieron unos pocos de la tribu vecina y huyeron como pudieron”
“Pero el río rojo está al sur” dijo el pequeño aprendiz, y la brújula señala al norte.
“Porque fue al norte que el más terrible crimen se cometió” contestó el maestro, ahora sigamos caminando, aún faltan cuatro horas para llegar al río rojo, allí concluiré esta historia.
El sol entonces ya se había separado del horizonte y calentaba la mañana. Los dos viajeros siguieron en silencio y pronto encontraron para sorpresa del maestro el un camino asfaltado coincidiendo con las líneas que dibujaba el mapa. La vieja autopista se abría en medio de la nada hacia ninguna parte, un poco más adelante un cartel señalaba “Rio Rojo – 15 kilómetros”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario