2/4/10

El último hombre en la tierra.



The last man on Earth sat alone in a room. There was a knock on the door...

Fredric Brown


1


UN ENCUENTRO

La tierra entonces era un desierto con grandes oasis aquí o allá, pero si uno no conocía donde encontrarlos, era como navegar por el mar sin brújula, podían pasar meses y años antes de toparse siquiera con un continente.

En uno de esos oasis vivía un viejo maestro. Se decía a sí mismo maestro sólo por costumbre, hacía años que no tenía a quien enseñar. En verdad hacía años que no veía a ningún otro hombre o animal, y pensaba que era quizá el último ser sobre la tierra. Aquel lugar era triste, pero apacible, parecía una pequeña ciudad, de la que era difícil decir si estaba en ruinas, o si había sido abandonada ante de que su construcción concluya. En verdad a su único habitante no le importaba, se contentaba con hacer rebotar piedras en un estanque y cantar las canciones que aún recordaba.

Era muy bueno haciendo rebotar piedras. Por aquel tiempo, el gran objeto de su vida consistía en hacer pasar botando la piedra de un lado a otro del estanque. No era imposible, como no lo es nada que se conozca, pero tampoco nada particularmente fácil. Pero entonces no había nadie a quien preguntarle su parecer sobre el éxito o la necesidad misma de tal empresa, así que simplemente tomaba una piedra tras otra, y las arrojaba al agua. Eso no sería en verdad importante, ¿qué podía ser importante si el mundo había acabado y sólo quedaba un testigo ante los cascotes dormidos? Pero era eso lo que hacía aquella tarde en la que se encontró con el niño.

Había arrojado una piedra y la seguía con la mirada, y llegó a la otra orilla, y si bien nunca pensó en que haría cuando esa hora llegue, lo normal habría sido que festeje de algún modo; sin embargo, allí donde la piedra se detuvo al otro lado del estanque, unos piececitos descalzos estaban plantados: los pies de un niño envuelto en unos viejos harapos que se inclinó y tomó la piedra. El maestro quiso decir algo, pero guardó silencio, el niño ya comenzaba a rodear el estanque hasta él.

Mientras veía el pequeño cuerpecito andando, pensó en algo que quizá había oído hace mucho tiempo: “todo ocurrió alguna vez por vez primera y luego se repitió hasta llegar a nosotros, cada vez que haces un gesto, el peso de todas las veces que ese gesto se realizó mueve tu mano y es como la primera vez, y al mismo tiempo es por primera vez, porque tu mismo no lo habías hecho”. Al borde de aquel estanque sin nombre, el niño alzó los ojos para ver el rostro del anciano, y aquel gesto ocurría por primera vez en la historia, pero estaba condenado a repetirse eternamente. Y como sí hubiera escuchado lo que el maestro se preguntaba en su mente, el niño dijo:

“No tengo nombre, he venido a ser tu aprendiz”.

El anciano lo miró, y si bien resultaba absurdo, esas palabras lo justificaban a sí mismo, que se decía maestro. Le tendió la mano y dijo:

“Ven, primero necesitas algo de ropa y comida”.

*

Por el camino hasta aquella construcción en la que había improvisado su hogar el maestro pensó en qué podría enseñar al pequeño. En verdad una vida larga y sin preocupaciones le permitió estudiar largamente filosofía, religión, y ciencias, pero creía que todo aquello era un sinsentido, pues era eso lo que había llevado al hombre a destruirse. Bueno, en verdad no sabía qué había llevado al hombre a destruirse, pero en todo caso, ni la religión, ni la ciencia, ni la filosofía lo habían impedido.

Por otro lado, su única gran pasión habían sido los libros, y mientras arreglaba unas telas para hacer una ropa al niño, supo que lo que debía hacer era contarle historias: historias simples para explicar las cosas que los rodeaban, ahora que la historia propiamente dicha parecía haber terminado. Así, mientras el niño comía un poco de pan que le había dado, el maestro comenzó a narrar:

“Un viejo monje vivió años manteniendo encendido un fuego a los dioses. El padre creador, satisfecho con él, bajó un día y en recompensa a su devoción le entregó un libro que contenía todo el saber del universo, lo que había ocurrido, lo que ocurría, y lo que ocurrirá. El anciano agradeció y el dios volvió a los cielos. Ya solo, hojeó el volumen, arrancó una página y la arrojo al fuego. Vio que ardía bien y quedó conforme.”

“¿Por qué lo hiso?” interrumpió el pequeño.

“¿Por qué crees que lo hiso?” dijo el maestro, y sintió que merecía un poco ese nombre.

“Quería mostrar a los dioses que era capaz de sacrificar aún el bien más preciado en su honor”, contestó el discípulo.

“No, no fue por eso” dijo el maestro.

“Creía que ningún hombre, ni aún el más santo, podía ostentar tal poder sin peligro para los demás”, dijo entonces.

“Nada de eso” contestó el maestro.

“Temió enloquecer al leer todo lo que le ocurriría”.

“Ni siquiera podía nacer tal pensamiento en su cabeza”, dijo el maestro.

“¿Por qué quemó entonces el libro?”, preguntó al final el niño.

Y el maestro contestó: “Porque no sabía leer”

Al niño le brillaron los ojos, y el maestro sintió un dulce calor en el pecho. “Yo sé leer” dijo, y el maestro sonrió.

“¿Y sabes que es lo importante de todo eso?”

“¿Qué?” dijo el niño.

“Adivina” dijo, y el pequeño pensó un buen rato.

“¿Se abolió el destino?” dijo dudando.

“De ningún modo –dijo el maestro- el libro estaba escrito para siempre, que se haya quemado no cambió en nada el hecho de que haya existido”

“Pero entonces no hay forma de comprobar si lo que ocurre es lo que el libro dijo que ocurriría” dijo el niño.

“Exacto” contestó el maestro, y agregó: “todo lo que hacemos está escrito en un libro que ya no puede leerse, no hay forma de saber lo que ocurrirá, ni lo que dejará de ocurrir, pero todo puede ocurrir sólo de una forma, no hay otra opción.”

El semblante del niño ensombreció, y el maestro se apresuró en tranquilizarlo.

“Pero en eso está el goce de todo, vivir es como leer en ese libro”

El niño lo miró intrigado.

“Cuando lees un libro –continuó el maestro- las letras están ahí, y no cambian, sin embargo, cuando las lees por primera vez, nunca lo habías leído antes, ¿verdad?”

El pequeño asintió.

“Aunque las letras estaban ahí desde antes” completó el maestro. Y el niño agrego:

“Y estarán ahí para siempre”

“Y estarán ahí para siempre” repitió el maestro y sintió que el sueño le ganaba.

“Pero ahora es hora de dormir -dijo al pequeño- mañana acabaremos tu nueva ropa”.

En la casa en la que estaban tenía el maestro varias camas, y destinó al pequeño aprendiz una que en su tiempo probablemente también fuera de un niño. El pequeño se acostó y se durmió casi al instante. El maestro ya semidormido fue a su cama, y también se perdió pronto en los laberintos del sueño.



2

UN MAPA. EL RÍO ROJO.

A la mañana siguiente, el maestro despertó y el niño estaba al pie de su cama, cuando se sentó al borde de la cama, el pequeño le extendió un papel en el que se dibujaba una suerte de mapa, un tanto raro a decir verdad, entre serio e infantil. Una brújula en el centro como de costumbre marcaba el norte, y en el papel sólo se veían una serie de flechas entre unos dibujos vagos, había un lago y unas casas que indicaban, suponía, el lugar en que estaban, la primera flecha señalaba al sur y llevaba adjunta la leyenda “dos horas”, y luego se veía un par de líneas saliendo de un bosque con flecha hacia el suroeste que decía, “tres horas” y terminaba en el dibujo apresurado de un río con su propia flecha apuntando al oeste y la leyenda “6 horas”, terminando en una cascada y un sinuoso camino hasta unas raras geometrías que terminaba en una gran puerta. Todo el mapa parecía hecho apresuradamente por una mano que quizá conocía bien el camino, pero ignoraba del todo las distancias.

“Debemos ir” dijo el pequeño.

“Es difícil -contestó el maestro, somnoliento aún- las distancias no están marcadas, dos horas es un decir, si el viaje fue en un vehículo, o sobre algún animal…”

“Ya no quedan animales” interrumpió el niño.

El maestro asintió, salió de la cama y preparó el desayuno. Comieron sin decirse una palabra, estaba decidido tácitamente que emprenderían el viaje, a donde quiera que llevara. El maestro no podía explicarse bien por qué, pero era así, y no había dudas al respecto. Terminaron de comer y acabó de remendar las ropas del niño, cargaron en un par de bolsos algunos alimentos enlatados y varias de las muchas pastillas de vitaminas y barras de fibra que el anciano tenía en grandes cubos. Antes de salir el maestro recordó que aún tenía su vieja brújula y fue por ella, no la había tocado desde que llegó a esa casa y decidió no seguir buscando sobrevivientes.

Así salieron a las calles. La mañana era fría y parecía detenida en ese instante desde hacía mucho tiempo. El maestro sacó la brújula, y consultando aquella suerte de mapa, emprendieron el camino hacia el sur.

El niño miraba el instrumento como queriendo reconocerlo, el maestro se la dio y dijo.

“La flecha siempre apunta hacia el norte, hacia el lugar de un horrible crimen, para recordar siempre a los hombres lo que ocurrió aquel día en que el espíritu llevó la guerra a los hombres.

”La tierra estaba apenas poblada entonces, unos cientos de hombres, hijos del sol y la luna, deambulaban, cazaban, construían aldeas y cultivaban sus huertas; pero también rondaba un antiguo espíritu, que odiaba la luz y todo lo que fuera nacido de ella, y el espíritu urdió un plan para acabar con aquellas jóvenes criaturas.

“Dulac, un hombre que había perdido el brazo derecho contra un gran tigre en una cacería, se lamentaba en su choza de tal estado. Había sido gallardo y admirado, ahora era una carga, no podía disparar flechas, y su brazo izquierdo era torpe y lento a pesar del entrenamiento al que lo sometía, se vio condenado a ser mantenido por su antiguo aprendiz Siel, y la vergüenza lo consumía.

”El espíritu que pasaba invisible una noche lo escuchó:

-¿Qué no haría yo por volver a ser quién era, por blandir mi espada en la cacería y volver cargado de presas?- hablaba Dulac, y suspiraba pesadamente. El espíritu entro a la choza y le dijo:

-¿En verdad, a qué estás dispuesto a todo por ser el primero entre los hombres que pueblan la tierra?

-Todo lo daría, pero nada puedo dar, porque mi vida misma es sólo una carga para los que me rodean- contestó el hombre.

-Yo puedo hacer que tu brazo sea tan ágil –dijo el espíritu- que criaturas con cuatro brazos entrenados en las artes de la cacería no podrían detener tu espada.

-¡Y qué deseas a cambio?- preguntó Dulac.

-Llegada la hora lo sabrás. Sal mañana al bosque y busca al león que llaman Krort, lo matarás con mi ayuda, y hunde tu brazo en la garganta del león, luego serás invencible.

”Y salieron cuando la nariz del sol asomaba en los confines del mundo, y en lo profundo del bosque dormía Kror.

-Yo lo mantendré dormido –dijo el espíritu- clava tu espada en su pecho y haz lo que te dije.

”Dulac dudó, porque era un acto cobarde matar a un animal sin darle la oportunidad de luchar, y Kror era un león que hacía años fue líder de una manada, sólo aquella primavera había sido vencido por otro más joven, retirándose al bosque a esperar su muerte. Pero el espíritu insistió y Dulac hiso como le había indicado: clavó su espada en el pecho de Kror, y el león abrió los ojos apenas un instante para morir, Dulac los cerró porque no soportaba la vergüenza, luego hundió el brazo en la garganta, y en el estómago de Kror sintió una piedra.

-Sácala- dijo el espíritu.

”Y así hiso el cazador. Era una piedra roja, y el espíritu le dijo:

-Engárzala a tu espada, y ella te guiará en la batalla.

Así fue en verdad, y con tal arma, Dulac se hiso fama de invencible, y recuperó su sitio de honor en la aldea, y todo marchó como en los viejos tiempos, hasta que una mañana el espíritu volvió a la choza de Dulac.

-Al otro lado del río vive un pueblo que ha conocido tu gloria y te teme, he pasado la noche en su campamento y sé que planean atacar mañana en la mañana, debes advertir a tu pueblo y atacar antes de que sea tarde.

”Y Dulac dudó, porque nunca habían tenido con los habitantes de la otra rivera más que encuentros fortuitos y amistosos, pero el espíritu lo llevó consigo y él vio que en la otra orilla preparaban sus armas a la luz de la luna, y volvió a advertir a su pueblo.

”Lo que él no sabía era que los hombres del otro lado preparaban sus armas, porque el espíritu había sembrado en ellos la idea de un ataque por parte del pueblo de Dulac. Así, cuando en la mañana cruzaron la rivera, al otro lado esperaba una suerte de ejercito y la batalla que se entabló en esa orilla manchó de sangre la rivera hasta donde la vista alcanzaba. De ahí tomó el nombre de río rojo el río al que nos dirigimos. Sólo sobrevivieron unos pocos de la tribu vecina y huyeron como pudieron”

“Pero el río rojo está al sur” dijo el pequeño aprendiz, y la brújula señala al norte.

“Porque fue al norte que el más terrible crimen se cometió -contestó el maestro-, ahora sigamos caminando, aún faltan cuatro horas para llegar al río rojo, allí concluiré esta historia”.

El sol entonces ya se había separado del horizonte y calentaba la mañana. Los dos viajeros siguieron en silencio y pronto encontraron para sorpresa del maestro el un camino asfaltado coincidiendo con las líneas que dibujaba el mapa. La vieja autopista se abría en medio de la nada hacia ninguna parte, un poco más adelante un cartel señalaba “Rio Rojo – 15 kilómetros”.



3

BAJANDO EL RÍO ROJO. LA BRÚJULA Y EL CORAZÓN DE LOS HOMBRES.

Y tres horas después, más o menos, estaban en el río rojo, que no era realmente de tal color. Allí se alzaba un puente levadizo, pero ya no había operarios que lo bajen, así que podía decirse que el camino acababa sobre el río. Por otra parte el mapa indicaba que debían seguir por agua, y allí una chata amarrada a la orilla parecía ser un buen medio para llevar a cabo ese trayecto.

El maestro subió a bordo y probó la embarcación, aún tenía combustible, y, aún más sorprendente, el motor aún funcionaba. Invitó al pequeño aprendiz a subir a la embarcación, y se dirigieron bajando el río hacia el oeste. El maestro estudió una vez más el mapa, el río terminaba en una especie de cascada, Como evitarían caer sería algo que sabrían llagado el momento.

En medio del traca-traca del motor, el maestro, en el timón, un poco gritando, continuó la historia:

“Cuando los hombres de la otra orilla se desbandaron, Dulac reunió a su pueble y organizó la cacería. Siel, sin embargo, al ver los cuerpos en la orilla, al sentir la sangre suya y ajena en su piel, al ser penetrado por el olor pútrido de la muerte, mirando los rostros de hombres como él tirados como carne mala con los ojos muy abiertos de espanto, gritó:

-Si por la muerte de otro mantendré mi vida, prefiero morir yo antes que levantar mi espada de vuelta contra un hermano.

”Y arrojó su espada a los pies de su mentor. Dulac, enfurecido, contestó:

-Estos hombres se preparaban para esclavizar a tu madre y a tu hermana, para quemar tus cosechas y degollar tus animales, ¿y dices que dejarías que lo hagan sin más?

-No vi que hayan intentado hacer nada de eso- contestó Siel. Y Dulac tomó la espada que había arrojado a sus pies, se la puso en la mano y dijo:

-Entonces veamos como salvas tu vida sin matar.

”Y acto seguido, comenzó a lanzar golpe tras golpe cada cual más furioso sobre el joven, pero lo había entrenado bien y esquivaba fácilmente las estocadas del maestro. La noche se cernía ya sobre los combatientes cuando Siel habló de nuevo.

-Si quieres mi sangre, este es mi pecho, clava tu espada en él.

”Y Dulac hundió su espada hasta la empuñadura, y al tratar de sacarla de vuelta, sintió que estaba trabada. Tiraba con rabia, pero era como si fuera una pieza más del cuerpo de su antiguo alumno. Esto duró un segundo, o menos en verdad, porque con el corazón herido, con la fuerza de saberse en su último momento, Siel alzó su espada y de un golpe rápido como un rayo cortó el brazo de Dulac, que aún trataba de sacar del pecho del joven su espada.

”Un chorro de sangre negra salto del miembro cercenado manchando el cuerpo de Siel y dibujando arabescos en la arena, y Dulac, tomado por un miedo enorme, salió corriendo hacia el lugar que nosotros llamamos norte”.

“Y donde aparece la brújula en todo esto”, preguntó el niño.

”A la mañana siguiente –continuó el maestro buscando una explicación apresurada para la brújula, que en verdad había olvidado incluir en la historia- los sobrevivientes del pueblo de Dulac subieron a un bote el cuerpo de Siel, del cual no habían podido sacar la espada. Con ramas y pequeños leños hicieron una pira para quemar el cuerpo como era costumbre en aquel tiempo. Empujaron el bote al río y con una flecha con llamas en la punta prendieron fuego al cadáver. Con la tarde lo vieron hundirse en las aguas aún ensangrentadas.

”A la mañana siguiente sin embargo, las mujeres que fueron a recoger los cuerpos de sus hijos y sus maridos, notaron que en medio del río algo brillaba, llamaron a los mayores y se acercaron: eran restos de la espada de Dulac, flotando sobre un trozo de madera. Notaron entonces que la espada apuntaba en dirección al lugar en que había huido el asesino, si la movían a otra dirección, giraba y volvía a señalar la ruta que tomó Dulac. Con el tiempo descubrieron dejando otros metales junto a la espada, estos también al flotar señalaban la dirección que entonces se conoció como ‘el rumbo de la vergüenza’”.

“Porque se habrá trabado la espada en el pecho de Siel?” Se preguntó el pequeño.

“Probablemente se trabó en una costilla –dijo el maestro, y agregó- pero algunos cuentan que en el comienzo, el corazón tenía la forma de una flor, o de una estrella, pero dicen también que era así porque era una mano abierta para ayudar, y que el corazón de Siel se cerró para tomar la espada de Dulac y mantenerla en su pecho, desde entonces, el corazón de los hombres tiene la forma de un puño cerrado”.

“¿Es por eso siempre ha sido todo tan horrible, verdad?”

“Quizá -dijo el maestro- es probable que esa haya sido la maldición del espíritu” y miró hacia adelante, creyendo él mismo en esa parte de su historia.



4

EL EMBALSE. LA HISTORIA DE SORH Y LESIA.

El combustible terminó cerca de la tarde pero la corriente bastaba para arrastrar la pequeña chata hacia una suerte de estanque que el maestro reconoció como el embalse de una presa. Guiando un poco la embarcación lograron atracar a un costado. Desde la calle que cruza la presa vieron la gran cascada de agua que movía enormes turbinas que ya no suministraban corriente a ningún pueblo.

El mapa indicaba que sigan al norte, pero la tarde caería pronto y el maestro pensó que sería mejor descansar. Ya las nubes se tornaban rojas, y el pequeño aprendiz rompía el espejo del agua jugando con sus pies en el embalse. El maestro miraba el cielo como intentado encontrar algo en él. Comenzó a hablar. Al pequeño aprendiz le pareció que había estado hablando desde siempre, dejó de mover los pies en el agua, y escuchó.

“El mundo era nuevo. Y sobre el mundo sólo vivían Sorh y Lesia. Se amaban, y los días eran luminosos. Pero entonces Lesia cayó enferma y el espíritu de la tierra apareció ante Sorh y le dijo,

-Yo puedo hacer que tu amante viva, pero debes hacer algo por mí.

-Hazlo- contestó el maestro- y haré lo que pidas.

”El espíritu se esfumó y Lesia despertó. Vivía, y los días fueron luminosos de nuevo.

”Diez años pasaron y el espíritu volvió.

-Debes pagar tu deuda- dijo.

-Habla, y pide lo que deseas- contestó Sorh.

-Quiero que apagues la luz del mundo- dijo el espíritu.

”Y el maestro sintió que el corazón le apretaba, bajó la cabeza y dijo:

-No puedo.

”Entonces el espíritu volvió a ser humo y se perdió. Lesia volvió a caer inconsciente en ese instante. El maestro rogó al espíritu que vuelva. Día tras día, y noche tras noche lo llamó, y diez años más tarde, el espíritu vino.

-Haré lo que pides- dijo Sorh.

-No haz cumplido una vez, no cumplirás nunca- replicó el espíritu.

-Lo haré- dijo decidido.

-Lo harás. Si quieres volver a verla despierta de nuevo, lo harás- dijo el espíritu y se marchó.

Día y noche Sorh pensó como obscurecer la tierra luminosa. Recorrió su superficie completa sin éxito. Sus barbas ya se arrastraban por el suelo cuando se rindió. Volvió a su casa, besó a su amada y abrió sus venas para morir.

”Su sangre entonces huyó a borbotones, y comenzó a reptar sobre la tierra y por el cielo. Y la sangre se fue tornando negra, y más negra. Y ya no hubo luz sobre la tierra. Y Lesia despertó.

”Encontró así a su amante en el suelo, sus venas abiertas y todo en torno obscuridad. Y lloró sobre su cuerpo, sin entender su suerte, y sus lágrimas brillaron, y ella misma fue una luz pálida sobre el cadáver de su amor, y la sangre fue cubriéndola también, y seguía llorando cuando ya la sangre negra la había cubierto del todo”.

“¿Así fue la primera noche?” preguntó el pequeño aprendiz, sin notar que el mismo dejaba caer una lágrima por su mejilla.

“Así fue -contestó el maestro-, y así se repite siempre, porque lo que fue en el inicio está condenado a repetirse para siempre. Aún la luz termina en un charco de sangre que se coagula y se hace obscura, y aún las lágrimas de la amada brillan y ella misma brilla pálida noche tras noche y va menguando porque se cubre de sangre negra”.

“Y cómo entonces la termina noche, maestro, como vuelve la mañana?” dijo el pequeño aprendiz.

“Esa es otra historia” Contestó el anciano. Y cerró los ojos. La sangre de Sorh estaba secándose en lontananza y las primeras lágrimas de Lesia brillaban en el cielo.

*

El pequeño aprendiz se había quedado toda la noche mirando cada estrella, una a una, y cada lágrima temblando en el cielo parecía encontrar resonancia en su pecho. Un dolor profundo se agitaba en él, como si las lágrimas cayeran al fondo de un poso, como si cada estrella fuese una gota golpeando el agua quieta del fondo, a cada golpe las ondas en el agua despertaran una fibra nueva de su alma.

Cerca de la mañana, cuando la noche es más obscura, el maestro abrió los ojos y viendo al chico aún despierto sintió que su corazón se estrujaba y se acercó a él. Se sentó a su lado y pasó un brazo por su hombro. En ese momento una fina línea se dibujó en el horizonte, “la aguja de la mañana”, le decían los antiguos. El maestro supo que debía continuar su historia.

“Luego de llorar largamente sobre el cuerpo de Sorh – dijo -, Lesia, loca de dolor y cubierta de sangre seca, juntó ramas y cortezas para construir una pira, sobre la pira depositó el cuerpo de Sorh, y encendió un fuego.

”Las llamas, como pequeñas manitas, treparon rama a rama, lentamente primero y luego con hambre, hasta ser una hoguera, una gran hoguera que todo lo cubrió con un manto de luz cálida, y de esa hoguera se levantó Sorh y su cuerpo ardía, o más que ardía, era él mismo el fuego.

”Lesia, con los ojos rojos de humo y lágrimas, vio alzarse el cuerpo amado y se arrojó a las llamas, y en las llamas la costra de sangre dura que la cubría se derritió y en el centro de la hoguera abrazó a Sorh y aquel abrazo fue tan hermoso y tan terrible, que la tierra y el firmamento, las llamas de la pira, y la pálida luz de Lesia, todo quedó opacado por una luz tan fuerte que todo lo demás fue sombra.

”Sin embargo no pudieron mantener el abrazo mucho tiempo. A pesar del amor que se tenían, Lesia no podía soportar sin morir el fuego de Sorh. Entonces él la apartó.

-Ahora debemos andar separados- dijo.

-A donde vayas, yo te seguiré, contestó Lesia.

”Sorh asintió, y se marchó hacía el oeste, y Lesia, cuyas heridas eran graves, no pudo seguirlo hasta que lo vio perderse en a lo lejos y todo volvía a ser sombra. Sólo entonces Lesia se puso en camino, pálida y cansada, tras la huella de Sorh, y aún lo encontró otra vez, y otra vez se separaron, y aún hoy esa historia se repite en cada tanto, porque todo lo que ocurrió una vez se repetirá hasta el fin de los tiempo.”

“Entonces – dijo el pequeño- la hoguera es la luz amarillenta del amanecer”

“Y es Sorh el sol que cruza el cielo -contestó el maestro- y cada vez que se encuentra con Lesia todo obscurece bajo la luz terrible de su abrazo”.

“Es una historia triste” dijo el niño.

“Es una historia, no es ni triste ni alegre, es simplemente lo que ocurrió –dijo el maestro- y es lo que recordamos cada atardecer, cada noche, cada amanecer y cada día”

El pequeño aprendiz se quedó en silencio, como si lo meditara, finalmente recostó su cabeza en el pecho del maestro y pronto se quedó dormido. Había pasado la noche en vela y estaba agotado. El viejo recostó al niño y pensó que aún era joven, recordó que alguna vez él también había sufrido con esas historias, mucho antes de sufrir con la suya propia. Se preguntó si tenía el derecho de causar esa angustia al pequeño, y se marchó a caminar sin una respuesta. El sol mientras había desgarrado la línea del horizonte, y la mitad del cielo era día, mientras la otra mitad que aún era noche pronto dejaría de serlo.



5

LA CIUDAD DE LOS ESPEJOS. AZFART.

El pequeño durmió hasta bien entrada la mañana, al despertarse tomaron unas cápsulas de vitaminas y algo de fibra para el camino. Pronto se pusieron en marcha. Luego de la presa un camino sinuoso se abría paso en un desierto. Caminaron y caminaron, y cerca del mediodía vieron alzarse un brillo enceguecedor: era la parte del mapa que más intrigaba al maestro, en le dibujo era sólo un grupo de geometrías frío y cuadriculado, unas horas después reconoció en el horizonte una ciudad moderna, con sus rascacielos espejados, unas horas después estaban entrando a la ciudad, caminaron otro poco y encontraron un parque. Allí se detuvieron a descansar.

Alrededor todo estaba silencioso como en toda ciudad fantasma y los únicos pájaros eran las bolsas de plástico que llevaba el viento, pero esto ya no sorprendía al maestro, porque todas las ciudades que había visto eran así desde que volvió a tierra y recorrió buscando otros hombres. Miró los altos edificios, las ventanas espejadas, y en verdad la abigarrada geometría que la indicaba en el mapa era la forma correcta de describir el lugar.

“Esta es la ciudad de los espejos”, dijo el maestro. El pequeño aprendiz se alejó un momento y volvió con un trozo de ventana que se había desprendido de un edificio. Miraba intrigado su reflejo en aquel vidrio afilado. Se sentó en un banco al lado del viejo, y lo miró. El maestro entendió que debía continuar la historia:

“De aquellos encuentros de Sorh y Lesia, y del amor que se tenían, nació un niño que era dos: Azfart, que en una lengua muy antigua significa ‘ambos’. Porque Azfart era uno y dos al mismo tiempo, era un hombre repetido y unido.”

“¿Cómo puede ser eso?” dijo el pequeño aprendiz.

El maestro tomó de la mano al niño y lo llevó ante un gran edificio, lo puso al lado de la puerta, que era a la vez un gran espejo.

“¿Ves tu reflejo – le dijo- pegado a ti mismo? Así estaba Azfart pegado a sí mismo”

El niño asintió, quizá un poco confundido, pero el maestro ya seguía su historia.

“Azfart era muy fuerte, y su fuerza no podía quedar ociosa, caminaba largos trechos, creaba cavernas a golpes en las montañas, y en las entrañas de la tierra descubrió los metales, y fue el primer ser que forjó herramientas.

”Por su otra parte, Azfart era muy sabio, y había descubierto las propiedades de las plantas, y sabía curar, envenenar, disecar, y producir toda clase de reacciones en seres vivos e inanimados.

”Juntos (por decirlo de algún modo), Azfart construyó máquinas con las que ordenó la tierra y los ríos, y creo espadas, con las que cazaba elefantes y leones, y se arrojaba al mar a luchar contra inmensas creaturas que uno no podría imaginar, por su tamaño, sobre la tierra. Todo esto lo veía el espíritu, el mismo espíritu que una vez devolvió la vida a Lesia. Y veía que Azfart era feliz, y que su felicidad regocijaba al sol y la luna, que brillaban más y con más claridad. Así que decidió acabar con esa felicidad.

”Encontró a Azfart en la orilla de un gran río, que entonces no tenía nombre, y hoy es el ‘río espejo’, que hoy se ha secado, y sobre el cual han construido esta ciudad toda de espejos. En la orilla encontró a Azfart, y la mitad de él seguía en vela, afilando una espada.

-Tú eres más fuerte- dijo entonces, mientras la otra parte dormía.

-¿Quién eres y a qué te refieres? Contestó y el espíritu dijo:

-Soy el espíritu de la tierra, y te he visto golpear las montañas y hacer de las rocas polvo, y dictar a los ríos su curso, y he visto que tus brazos son fuertes, pero temo que no tanto como podrían.

-¿Qué quieres decir? Preguntó el medio Azfart.

-Qué unido siempre a tu otra mitad, nunca serás tú mismo por completo- dijo el espíritu, y así siguió hablando a esta parte de Azfart, hasta que la otra mitad de sí mismo despertó.

”El espíritu se esfumó entonces, y la parte que había conversado con él le dijo a la otra que recién despertaba:

-He pensado que debemos separarnos.

-¿Como podríamos? Contestó, estamos unidos por la carne, sería una herida mortal.

-Tienes miedo? Contestó la otra parte.

-No tengo miedo, pero no sobreviviremos a una herida así.

-Eres cobarde, como dijo el espíritu, debemos separarnos, o tu cobardía me debilitará.

”La otra mitad quiso preguntar ‘qué espíritu’, o defenderse de tal acusación, pero ya el otro blandía la espada y de un tajo separó los dos cuerpos. La herida en verdad era tan grande que palidecieron de inmediato, y hubieran muerto si no fuera por que Sorh, que entonces llegaba desde el este, vio a sus hijos muriendo y bajó en su ayuda. Con fuego cerró las heridas, y siguió su curso, porque entonces llevaba caminando en la misma dirección por tanto tiempo que simplemente no podía evitar hacerlo. Por la noche, Lesia los bañó y bajó su fiebre. Y día tras día, por el cuidado de sus padres, Azfart, que ahora eran dos, se recuperó hasta que ambos estuvieron de pié.

-Ahora ya no somos uno, y somos enemigos, dijo la parte que los había separado. –ahora mi nombre es Ulorc, el fuerte.

-Y mi nombre ya no puede ser el de ambos, será hoy el de Vasdel, el sabio.

”Y se hubieran separado, y en el mundo aún todos tendríamos un doble caminando en dirección opuesta, pero el espíritu, invisible, se había posado en el oído de Ulorc, y ya le decía:

-Vasdel es celoso de tu fuerza, y la teme. Conoce los secretos de la tierra, y te traicionará matándote con alimentos corruptos, o clavando un dardo venenoso imperceptible en tu piel, no debes dejarlo vivir.

”Y Ulorc se lanzó sobre Vasdel, y Vasdel se defendió como pudo, pues también iba armado, pero de ningún modo era tan fuerte. Finalmente la espada de Ulorc conoció la carne de Vasdel, y sus huesos. Bebió su sangre con fruición, y Vasdel cayó al polvo.

”Sacó de la herida Ulorc su espada, y vio lo que había hecho, horrorizado se arrojó al río, pues entendió de pronto que se había matado a sí mismo.

”Pero Vasdel no había muerto, sino que agonizaba todavía, y arrastrándose llegó a la ribera, y vio a su hermano hundirse, y pensó:

-No quiero que mueras, por que eres también yo mismo, y no puedo dejarte vivir.

”Y con un conjuro que vino a él desde lo desconocido, porque ya estaba tan cerca de la Muerte que podía saber cuanto ella sabía, convirtió el cuerpo de Ulorc en un reflejo, en un ser que no es realmente, que no tiene cabida en este mundo, sino en otro”.

“Y mi reflejo entonces, -interrumpió el pequeño aprendiz- es mi hermano atrapado en otro mundo?”

“No –contestó el maestro- eres tu mismo, como Ulorc era parte de Vasdel, y Vasdel de Ulorc.”

“Y el cuerpo de Ulorc quedó atrapado en este río?” preguntó el chico.

“No fue en verdad su cuerpo, sino su alma –contestó el maestro-, es difícil decirlo, pero su cuerpo volvió entonces a Vasdel, también condenado a repetirlo, pero sin expresión, sino solamente su figura. Se puede decir que el cuerpo de nuestra otra parte es nuestra sombra, y su alma, nuestro reflejo en los espejos”.

Y el maestro vio que su aprendiz se confundía irremediablemente, y buscó dos trozos iguales de espejos, los puso cara a cara y dijo:

“¿Qué pasa cuando enfrento un espejo a otro espejo?”

“Uno refleja al otro” contestó el pequeño

“Y a la vez este es reflejado por el otro, ¿es cierto?”

“Sí” dijo el pequeño.

“Pero si un espejo refleja una imagen, al estar reflejando su propia imagen que refleja su imagen que refleja su imagen una y otra vez hasta el infinito, ¿qué es lo que en verdad refleja?”

Los ojos del pequeño aprendiz parecían no caber en sus cuencas ante esta incógnita que en un inicio parecía tan simple.

“Nada es simple con los espejos -dijo el maestro dejándolos de lado-, así que si no los entiendes, no te preocupes, nadie nunca los ha comprendido del todo”.

El pequeño suspiró aliviado, y el maestro pensó que debía dejarlo descansar, que debía pensar en historias menos horrible. Lo dejó en la plaza y fue a recorrer la ciudad en busca de algo que les sea útil. El camino llegaba a su fin, pero era largo todavía.



6

UN AUTOMÓVIL Y UN SUBMARINO

Anochecía cuando el pequeño aprendiz escuchó un ruido perturbador, como el rugido de una bestia herida, pero aún terrible. Luego vio que dos ojos de fuego se acercaban a él, lo embestirían de un momento a otro. Paralizado contra el banco, el niño esperó su muerte, pero de la bestia salió una voz familiar.

“Ey, pequeño, encontré este coche con las llaves puestas y aún marcha, podemos ahorrarnos bastante tiempo con esto, ven”

El niño primero no comprendió, luego no sabía si lo que entendió era lo que creía entender, y finalmente el maestro bajó el coche y se acercó.

“¿Nunca antes habías visto uno de estos?”

“Quizá -contestó el niño-, pero si fue así, fue hace mucho”.

El viejo lo tomó en brazos y sintió que temblaba levemente, lo llevó al asiento del acompañante. Arrancó y tomaron el camino hacia la autopista. Según el mapa quedaban diez horas hasta el final del camino, en coche serían cuatro horas a lo sumo.

Pero pasaron cuatro horas, y luego cinco y aún no parecían acercarse a ningún lugar. Manejaba y ya casi no pensaba en otra cosa que en el camino. Podría haber olvidado todo siguiendo así, mecánicamente, sumido en pensamientos de otra época, cuando desde la oscuridad escuchó la voz del niño.

“¿Por qué no hay nadie más?” preguntó.

“¿Cómo?” dijo el maestro, encendiendo una luz dentro de la cabina.

“¿Por qué no hay nadie más?” repitió el chico.

“No sé”, dijo el maestro, y se arrepintió enseguida. “Cuando volví ya no estaban” agregó.

“¿Y a donde habías ido?”

“Pues, a decir verdad estaba en un submarino”

El chico puso una cara extraña, y el maestro intentó explicarse mejor.

“Un submarino es como un coche, pero más grande y sirve para…”

“…Sé lo que es un submarino” interrumpió el chico. “¿Qué hacías ahí?”

El maestro trago saliva y miró el camino que tenían por delante. En ese momento no le sorprendió que el chico que no recordaba un automóvil recordara un submarino, sino otra cosa.

“Entonces estaba casado –dijo finalmente-, vivía con mi mujer en un piso en la ciudad, íbamos a fiestas, y muchas otras actividades que ya no importan. Un día comenzó a decir cosas en lenguas extrañas, tenía visiones, corría asustada. Eran periodos cortos, y los médicos le dieron algunas pastillas e inyecciones. Con el tiempo las visiones desaparecieron, pero ella estaba triste.

”Por ese tiempo dejamos de acudir a nuestras amistades, nos mudamos a un pueblito de las afueras. Yo era, por decirlo de algún modo, uno de los hombres más ricos de este lado del mundo. Eso tampoco ya no importa ahora.

”Volvió a tragar saliva. Esperó que el niño no pregunte nada sobre el dinero y como lo conseguía, lo miró, y parecía absorto en otra cosa. Se calmó y siguió contando.

”Ilse, así se llamaba mi esposa, me confesó un día que desde que tenía toda la medicación encima no podía pensar bien, sus ideas se cortaban y no podía recordar ni en que pensaba, no podía disfrutar… en verdad nada, se sentía vacía.

”Si dejaba la medicación, volverían los fantasmas, y la prensa y las humillaciones de su familia y mi familia, y cosas estúpidas como aquellas que entonces nos importaban. Un día conversando con un amigo, mencionó, ya no recuerdo por que a Meno, el capitán de un submarino que… bueno, en verdad no conozco la historia, nunca me interesé en ella, ni aún en ese momento, pero me dio la idea de comprar un submarino. Podía hacerlo, y lo hice. Tardé un año en aprender a manejarlo solo, aunque en verdad era muy fácil, entonces todo lo hacían las computadoras, bajamos al mar con Ilse, y salíamos sólo cada tanto a tomar aire, cada vez menos con el tiempo. Fueron años apacibles y terribles, sucesivamente. Las visiones la atormentaban, escribía largas cartas en letras que no podía reconocer luego. Pero también cantábamos y escuchábamos viejos discos, jugábamos a las cartas, ajedrez, estuvimos juntos diez años. Quizá los mejores de mi vida.

”No teníamos noticias de lo que ocurría en la superficie y no nos importaba. El submarino depuraba su propia agua, su propio oxigeno, y teníamos comida para unos veinte años, quizá, entre pastillas y sobres de fibras, sin contar ciertas carnes enlatadas a la manera tradicional.

”Los últimos cinco años los pasamos mirando pasar a los peces abisales, hasta que una mañana, Ilse no despertó. Había muerto mientras dormía. Salí a la superficie para enterrarla, pero no encontré a nadie.

”Recorrí algún tiempo, no sabría decir cuanto, pero quizá años, finalmente me cansé y me quedé en aquella ciudad con su estanque y sus ruinas. Hasta que llegaste tú”.

Y al decir esto miró al pequeño y notó que dormía, o fingía hacerlo. En sus mejillas sucias se dibujaban pequeños caminos de lágrimas.



7

EL FINAL DEL CAMINO Y LA CREACIÓN DEL MUNDO.

INDUSTRIAS JUYBE, decía el inmenso cartel en la entrada. El camino terminaba ahí, donde terminaba el mapa, exactamente diez horas después. El niño abrió los ojos.

“Es aquí” dijo.

El lugar se veía aun limpio, pero esa limpieza le daba un aire espantoso, parecía un campo de concentración de alta sociedad. Las puertas estaban abiertas, bajaron del coche y entraron. El espacio era enorme, y el niño caminó sin dudar por ese laberinto guiando al maestro.

Allí adentro el aire se sentía distinto, como opresor, pero luego de unos minutos uno se acostumbraba.

Luego de mucho deambular llegaron a una gran sala. Allí la sensación de opresión era aún mayor a pesar del tamaño del lugar, o a causa del mismo. El anciano se sintió de pronto en una pequeña cueva en el fondo de una inmensa montaña.

El niño se sentó pesadamente. Hubo un largo silencio.

“Tuve un sueño horrible” dijo finalmente.

“¿En el coche?” preguntó el maestro.

El niño asintió: “Quiero huir de mí pero voy por delante, y mis cabellos caen y se vuelven serpientes que me atacan, y no puedo alcanzarme. –se interrumpió y cayó por un rato que pareció interminable, luego concluyó- No tiene sentido”.

“A veces –dijo el maestro- creo que los sueños son lo único en este mundo que tiene sentido”

“Pero quiero huir de mí, y en verdad me estoy siguiendo –contestó el pequeño- no tiene ninguna lógica”

“Que no tenga lógica no significa que no tenga sentido -dijo el maestro- nuestro mundo no tiene lógica, el sufrimiento no tiene lógica, el sol, la luna, las estrellas. ¿Qué lógica ves en todo eso? Por otro lado en la lógica no hay sorpresas, al final creo más en los sueños. Un hombre hace mucho soñó el modo en que inició el mundo, y me pareció más acertada que todas las explicaciones de la ciencia.

“¿Qué decía?” preguntó el pequeño.

“En un comienzo no había nada, no era sombra, era como estar ciego, como nunca haber visto” comenzó a decir el viejo, tratando de recordar la historia.

“¿Como cerrar los ojos?” dijo el pequeño.

“Si cierras los ojos –le dijo el maestro- lo ves todo obscuro, pero piensa de que color ve el día y la noche el niño que ha nacido sin ojos? Entonces era así. Aún no existían ni la luz ni las sombras, y simplemente no había nada. Entonces ocurrió algo”.

“¿Qué?”

“Un viajero se perdió en el tiempo, quería ver el inicio de los tiempos, y volvió al pasado demasiado atrás. Llegó a esa nada, y entonces la nada se rompió en innumerables partes que contenían todo lo que ha sido, lo que es hoy y será mañana”.

“¿Por qué?”

“Por que el vacío fue roto, el vacio era sólido y con la presencia del viajero, se rompió, y como no era nada, al romperse fue todo”.

“Entonces, un hombre viajó fue al pasado e inició el mundo”.

“Aún no ha viajado, aún no se puede viajar en el tiempo”.

En el rostro del niño se posó una sombra.

“¿Entonces como existimos, si el viajero no ha iniciado todo?”

“Ya lo ha hecho”.

“No entiendo”.

“Quizá él aún no ha nacido todavía, y aún no ha viajado en el tiempo, pero cuando lo haga, irá al pasado, que es nuestro pasado. El ya ha estado en nuestro pasado, aunque no esté en nuestro futuro”.

“¿Y cómo sabes esto?”

“No lo sé.-contesto el maestro, disfrutó por un momento el rostro perplejo del pequeño aprendiz, y continuó- Te lo digo por que en este mundo no todo funciona como crees, no todo corre en línea recta, no todo tiene un principio y un fin, algunas cosas sí, en apariencia. Otras van por el camino opuesto. Otras dan vueltas en círculos”.

El niño se puso de pie.



8

EL ADIOS

Decidido, como si hubiera envejecido cien años en ese instante, el niño comenzó a presionar botones, mover palancas y preparar una pequeña cama, que al maestro le trajo la imagen de un ataúd. Lo hacía todo en silencio, sistemáticamente, como un acto repetido cotidianamente. No era sin embargo como “sentirse en casa”, era algo distinto, y decididamente triste. Sólo más tarde supo el maestro que la palabra que buscaba era “trágico”.

Finalmente el pequeño subió a la cama-ataúd, y dijo: “En esta máquina viajé en el tiempo”

El maestro no entendió por un momento. Preguntó, o quiso preguntar algo, en todo caso el chico continuó:

“En esta máquina viajé en el tiempo y así nos encontramos. Sólo quedaba yo en el futuro, y volví a buscarte, ahora sé que sólo viajando al pasado, al inicio de los tiempos, todo podrá comenzar.”

El maestro se horrorizó. “Morirás” le dijo. En ese momento ni siquiera pensó que su teoría del inicio del universo era estúpida o sinsentido, simplemente que el niño moriría en una gran explosión en un universo lejano y vacío.

“Si mi vida es el precio para que todo lo que ocurrió en la tierra y sobre la tierra ocurra, es un precio muy bajo, ¿no te parece?” dijo, y sonreía.

El maestro saltó para detenerlo, pero ya la cámara se cerraba y fue un destello. La compuerta se abrió de nuevo sólo para descubrir un interior vacío.

El maestro se postró desconsolado ante la máquina.



9

UN EPÍLOGO Y UN PRÓLOGO.

Finalmente, porque la vida siempre se abre paso, el maestro se levantó. En lugar de sentirse débil y hambriento, se sentía fuerte; se odió por eso. Recorrió los pasillos del laboratorio, y comenzó a hojear los archivos, a revisar las computadoras. Eran un tanto más nuevas que las que el había llevado en su submarino, pero no tanto como para volverse impenetrables.

Pronto descubrió que en ese lugar había comenzado el fin de todo.

Descubrió que en el laboratorio habían experimentado con el tiempo, con los viajes al pasado, pero el objetivo no era en verdad ir al pasado, sino rejuvenecer. Aquel lugar ni siquiera era un laboratorio del gobierno, era simplemente un centro de belleza.

Pero los experimentos con el tiempo habían salido de control, una especie de “ola de retroceso” arrasó el mundo y todos los seres humanos volvían a ser niños. No tuvieron tiempo de investigar el fenómeno, olvidaban todo, y ya no nació nadie más. Todo se acabó en pocos años.

Siguió leyendo y día a día se notaba más fuerte, él mismo se hacía más joven. Dentro del laboratorio todavía flotaba aquella cosa sea-lo-que-sea que rejuvenecía. Pronto, sin embargo, se desinteresó de aquellos textos que no le decían nada y dejó que los días pasen en aquella monótona ciudad. Y se fueron los días, y los meses con total desinterés de todo lo que ocurría alrededor, fue olvidando poco a poco al pequeño, a su esposa, y el mundo mismo en el que se crió, de pronto algo le recordaba un fragmento de su pasado, pero apenas se alejaba del estímulo, volvía a sumirse en sombras.

Así, una mañana caminaba sin rumbo y vio un rostro conocido, metido en un montón de trapos muy grandes como para él, un niño lo miraba con la boca abierta, se miraron explorando cada detalle del otro, y el maestro finalmente lo recordó ¡Era el pequeño aprendiz! Corrió para encontrarlo, y el niño también lo reconoció y fue hacia él, estaban sólo a unos pasos cuando se detuvieron al mismo tiempo. Estaba frente a un espejo.

Se quedó perplejo por un momento, un momento largo quizá. Entonces lo entendió todo. Volvió al centro del laboratorio y dibujó el mapa y preparó la cama-ataúd para viajar al pasado.

Pensó primero que sería un problema saber la fecha exacta en que se encontraron él y el pequeño, es decir, el otro pequeño él y él mismo, o como sea.

Luego de pensarlo, escribió una fecha al azar, podría poner cualquier fecha, y sería la fecha en la que se encontró consigo mismo, sencillamente por que no había otra opción.

Sonrió con cierta amargura porque entonces entendió la expresión del niño, es decir, la de sí mismo cuando se contó la primera historia aquella noche. Recordó sus palabras: “todo puede ocurrir sólo de una forma, no hay otra opción”.

Sin embargo, al cerrar la compuerta de la máquina, justo antes del resplandor, pensó para sus adentros:

¿Y si hay otra opción?


*





1 comentario:

  1. Y sentir el vacio y al final darte cuenta que siempre fuiste tú...
    Gracias, no olvidaré la historia dentro de la historia que me reveló esa sensación sin nombre que agobia al ser humano (el corazón y el puño cerrado).

    Saludos!!!

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