13/3/11

13. 03. 11


Como sangre que se seca, como el escenario de una masacre cuando llegan las primeras moscas, la noche y el viento llenan la calle.
Es Gólgota o rue Morgue, en todo caso parte en dos a una ciudad hecha de puertas cerradas, de ventanas obscuras.
A lo lejos agoniza una sirena.Escucha. Medita como un suicida mirando cuerdas en la ferretería, enciende un cigarrillo y continúa.
A lo lejos una farola y en la luz ella.
Sabe que está desnuda bajo el abrigo. Se acerca. Deja caer el cigarrillo y la braza explota como una estrella lejana, indiferente.
El rito es antiguo como el hombre. Se miran, se miden. No cruzan palabras. Siguen juntos. Llegan a la puerta.
Luz roja. Dentro algunas sombras convulsionan. Ella pide la llave y van a un cuarto. Se desviste: zapatos, medias, pantalón, camisa, saco, todo ordenado sobre una silla. Ella se saca el abrigo y emerge desnuda. Se acuestan.
¿Es así?
Sí.
¿Eso es todo?
Sí.
¿Ya estoy muerto?
Sí.
¿Y qué hago?
Ella se encogió de hombros.
Dejó unos billetes sobre la mesa de luz y se fue. La calle ahora en bajada se deslizaba sin ruegos, sintió casi alivio, y mientras volvía a casa encontró una moneda en el camino. La guardó para tener suerte.

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