Pequeña, luego de tanto recuerdo, tan pequeña que dormías ya en la palma de mi mano, frágil como tu propio reflejo en el agua cuando llueve; ligera, tus pasos apenas hollaban el suelo, recorrías el cuarto, los libros, las nubes y mis sueños. Te volvías translúcida, y te recogías sobre tu propio corazón. Y yo asistía desconsolado a tu pérdida implacable, lenta y dulce como la miel derramada sobre un desnudo.
Noche tras noche las hadas juntaban el polvo de tus pies para usarlo en sus pócimas, noche tras noche quedaba un poco aquí y allá, noche a noche...
...dormías pálida en un pliegue de la manta, y a tu lumbre recogí lo que las hadas olvidaban. Fui a la ventana y soplé, y en un remolino giró el polvo bañado de luna una danza de lentos espirales, flotando. Pensé “animula, vagula, blandula”. Volví a la cama y me acosté, te acurrucaste sobre mi pecho, las estrellas bostezaban.
El día pasó entre tus correteos y el crujido de las páginas viejas que revisaba. Pasaron las horas de siempre hasta la noche. En la ventana reconocí el polvo de tus andanzas aún girando, pero ahora en una forma definida, como la esfera que formaría alguien con la cáscara de una naranja que acaba de pelar.
Nos dormimos a la cálida luz que emanaba. Así pasaron semanas, el polvo se tornaba más claro, y tú más sutil, rozando lo intangible.
Una noche desperté y vi a las hadas bailando sobre la esfera del polvo en la ventana, o como tú lo llamabas: tu asteroide, principito.
-Este sería un buen hogar- me dijo una de ellas.
Te miré dormida sobre el pétalo que ahora ya era grande para ser tu cama.
-Es suyo- les dije señalándote.
-Seguirá creciendo- me dijo una de ellas. –Aquí se romperá cuando ya no quepa.
-¿Sabes de un lugar seguro?
-¡Pero yo lo sé todo!- contestó un tanto ofendida.
-Bien, mañana pueden llevarlo- le dije. –Pero sigue siendo de ella, ella reinará.
-El Amor es nuestro rey...
-…y ella vuestra reina. Este planeta no se sostendrá si les falta, y lo sabes bien.
Sonrió levemente. Lo sabía.
A la mañana preparaste tus cosas. Para ti era un juego. A la noche estabas con las valijas esperando que la luna haga visible la magia. Te recibieron con alhajas talladas en lágrimas de sirena, y con un vestido tejido con los hilos ocultos que sostienen a las mariposas y las libélulas. Sonreías. Subiste a mi pequeño asteroide, ahora tu planeta, y un viento de luz antigua lo llevó girando, girando, “girándula” pensé, y me acosté a llorar.
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