28/2/12

El muerto



Una tarde marzo supe que estaba muerto. Me tomó un momento acostumbrarme al hecho, pero -como siempre pasa con lo irrevocable- al rato dejó de importarme y salí a la calle.

La primera persona que vi fue un señor de traje gris esperando el bus. Me senté a su lado, hablamos del clima, de la economía, de banalidades, y como el bus tardaba le invité una cerveza.

Entramos al primer bar y me contó su historia, era triste y desolada, yo le dije que estoy muerto y rió con sorna, le invité a visitar mi tumba y aceptó, “no sé donde me enterraron –le dije-, tendríamos que recorrer el cementerio”, “no es problema -me dijo-, cuando estás borracho lo mejor es conversar con los muertos”.

Caminamos un buen rato leyendo lápidas, él leía los nombres en voz alta entre entre risas e hipos, pero de pronto se quedó petrificado. “¿Qué pasa?”, pregunté. No contestó, sólo levantó un dedo hacía una lapida, leí el epitafio, era su nombre. Me pidió que volvamos al bar.

Bebimos toda la noche en silencio hasta que el dueño nos echo a la calle.

Aún estábamos sobrios.


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