Fue primero al periódico. “Roque
Martínez será velado desde las 10:00 horas en su residencia”,
diría la nota necrológica. Luego fue a la florería y eligió una
corona sencilla, verde y blanca. Pidió que la lleven a las 9:40. Al
salir pensó que no sabía como se llamaban esas flores.
En la
funeraria eligió el ataúd y pagó la preparación del cadáver. Le
dijeron que si comenzaban a arreglar el cuerpo a las siete de la
mañana, ya estaría listo para las nueve. Cuando llegó de vuelta a la casa el
sol aún no se había puesto. Eligió un traje que hacía juego con
el féretro, cubrió los espejos con un velo púrpura y escondió
algunos objetos vistosos que contrastaban con la solemnidad del
asunto.
Para las dos mañana sólo quedaba una
cosa por hacer, pero decidió tomarse una pausa para fumar un
cigarrillo con tranquilidad. Un ligero mareo bajó por sus piernas
luego de la primera bocanada. Recordó que no comía nada desde la
noche antes. Aplastó la colilla en el cenicero y llamó a la
policía. Les informó que encontrarían el cadáver en el cuarto,
aún colgado. La patrullera llegaría en quince minutos, dijeron.
Colgó el teléfono y anotó en una hoja: “Los de la
funeraria se encargarán de todo, los gastos están pagados”. firmó con sus iniciales "R. M." y se puso la soga al cuello.
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