29/3/10

La pira de Sorh, el eclipse y el primer amanecer.

El pequeño aprendiz se había quedado toda la noche mirando cada estrella, una a una, y cada lágrima temblando en el cielo parecía encontrar resonancia en su pecho. Un dolor profundo se agitaba en él, como si las lágrimas cayeran al fondo de un poso, y como gotas de lluvia en el estanque, a cada golpe despertase una fibra nueva de su alma.

Cerca de la mañana, cuando la noche es más obscura, el maestro abrió los ojos y viendo al chico aún despierto sintió que su corazón se estrujaba y se acercó a él. Se sentó a su lado y pasó un brazo por su hombro. En ese momento una fina línea se dibujó en el horizonte, la aguja de la mañana, como decían los antiguos. El maestro supo que debía continuar su historia.

“Luego de llorar largamente sobre el cuerpo de Sorh – dijo -, Lesia, loca de dolor y cubierta de sangre seca, juntó ramas y cortezas para construir una pira, sobre la pira depositó el cuerpo de Sorh, y encendió un fuego.

Las llamas, como pequeñas manitas, treparon rama a rama, lentamente primero y luego con hambre, hasta ser una hoguera, una gran hoguera que todo lo cubrió con un manto de luz cálida, y de esa hoguera se levantó Sorh, y su cuerpo ardía, o más que ardía, era él mismo el fuego.

Lesia, con los ojos rojos de humo y lágrimas, vio alzarse el cuerpo amado y se arrojó a las llamas, y en las llamas la costra de sangre dura que la cubría se derritió y en el centro de la hoguera abrazó a Sohr y aquel abrazo fue tan hermoso y tan terrible, que la tierra y el firmamento, las llamas de la pira, y la pálida luz de Lesia, todo quedó opacado por una luz tan fuerte que todo lo demás fue sombra.

Sin embargo no pudieron mantener el abrazo mucho tiempo. A pesar del amor que se tenían, Lesia no podía soportar sin morir el fuego de Sorh. Entonces él la apartó.

-Ahora debemos andar separados, le dijo.

-A donde vayas, yo te seguiré, contestó Lesia.

Sorh asintió, y se marchó hacía el oeste, y Lesia, cuyas heridas era terribles, no pudo seguirlo hasta que lo vio perderse en el horizonte y todo volvía a ser sombra, sólo entonces Lesia se puso en camino, pálida y cansada, tras la huella de Sorh, y aún lo encontró otra vez, y otra vez se separaron, y aún hoy esa historia se repite en cada tanto, porque todo lo que ocurrió una vez se repetirá hasta el fin de los tiempo.”

“Entonces – dijo el pequeño- la hoguera es la luz amarillenta del amanecer”

“Y es Sorh el sol que cruza el cielo -contestó el maestro- y cada vez que se encuentran todo obscurece bajo la luz terrible de su abrazo”.

“Es una historia triste –dijo el niño”

“Es una historia, no es ni triste ni alegre, es simplemente lo que ocurrió –dijo el maestro- y es lo que recordamos cada atardecer, cada noche, cada amanecer, y cada día”

El pequeño aprendiz se quedó en silencio, como si lo meditara, finalmente recostó su cabeza en el pecho del maestro y pronto se quedó dormido, había pasado la noche en vela y estaba agotado. El viejo recostó al niño y pensó que aún era joven, recordó que alguna vez él también había sufrido con las historias, mucho antes de sufrir con la suya propia. Se preguntó si tenía el derecho de causar esa angustia al pequeño, y se marchó a caminar sin una respuesta. El sol mientras había desgarrado la línea del horizonte, y la mitad del cielo era día, mientras la otra mitad que aún era noche pronto dejaría de serlo.

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