El oficio de traductor ha sido
ingrato desde antiguo. Los prejuicios –no todos infundados- son numerosos e
inspiran la mayor aversión. No creo equivocarme sin embargo al creer que más de
la mitad de los textos que uno consulta a lo largo de la vida son traducciones.
Es bien sabido que, como un
chisme que pasa de boca en boca pierde la verdad, las traducciones pierden su
encanto al alejarse de su fuente original –se recuerdan los favores de
Baudelaire a los cuentos de Poe sólo para que los traductores se sientan más
lejos de lograr algo similar.
(Estas aparentes digresiones
suponen para mí la justificación de los textos que deseo presentar, antaño
están los persas que comprendían a un príncipe muriendo de pena al oír la
descripción de una mujer hermosa, podría apelar a lo primitivo de la cultura
que fijó esta historia, pero cualquier hombre medianamente lúcido sabría que la
inocencia de los primitivos es tan ilusoria como la superioridad de los
civilizados. Por eso quiero describir al menos someramente la lengua que interpreto
para decir en castellano estos textos.)
El Guembe a primera vista parece
un Totem de seres incomprensible, sólo al conocer la función de cada parte el
horror que inspira se torna amable. Las piezas que lo componen son la misma
historia natural y cultural del desierto, placas de los metales conocidos,
piedras, semillas, huesos de animales, maderas secas, nuevas, hojas de palma
frescas, incluso –aunque sólo en los Guembe de los más altos maestros- madera fosilizada.
La mayoría de las partes deben reemplazarse para cada interpretación, como las
ramas frescas y ciertas flores que se golpean para hacerlas explotar. El Guembe
promedio se compone de quince partes, pero nunca –excepto durante el
adiestramiento- se ejecutan individualmente, así que los sonidos que componen
el lenguaje de estos tambores alcanza los doscientos ochenta y nueve sonidos. Piense que el rumano, con sus 48
fonemas es la lengua de mayor expresión sonora, reflexione al respecto, porque
la lengua sagrada que se narra con los guembe consta de seis veces más sonidos.
La cantidad de formas en las que
se puede decir una misma palabra puede parecer a un iniciado fatalmente
infinita. Pienso en una broma que dice “la vida es muy corta para aprender
alemán”, si esto fuera cierto, aprender el guembe implicaría un ciclo completo
de transmigraciones. Sin embargo en pocos años habitando entre los Mp, uno
comienza quizá no a aprender, pero sí a intuir todos los significados.
La sintaxis se compone de sonidos
y ritmos, la palabra “caminar”, por ejemplo, se forma con una sucesión rítmica simple.
Reproducirla con piedras significa una caminata pesada, con un sonajero implica
una marcha de varios hombres, con las palmas frescas implica una marcha por el
bosque, en un cuenco de agua significa vadear un río; y la velocidad en la que
se interpreta la sucesión indica desde arrastrar los pies hasta correr.
Algunos signos son convenciones
abstractas: tres secos golpes de piedra significan el paso de un día, frotar
tres veces la misma piedra indica el paso de varios años; otras son
sinécdoques: sacudir hojas de palma es el viento; otras son directas: un grito
es un grito.
Les pedí que digan esto en
guambe: el ejercito marchó pesadamente
durante años, atravesó ríos, bosques, montañas, tormentas, nieve, el
agotamiento, la enfermedad lo fue diezmando, hasta que sólo quedo uno frente al
mar.
La interpretación fue algo así: un
sonajero y varias piedras son el ejercito marchando, mientras otros frotan
piedras para significar el largo tiempo y otros reproducen los climas y los
peligros que enfrentan; el hombre del sonajero extrae poco a poco semillas de
su instrumento y sabemos que quedan menos hombres, alguien está describiendo
enfermedades, peleas internas, emboscadas, y sabemos la razón de la merma de soldados;
la historia termina con una sola semilla en el sonajero, arrastrando los pies
en la noche obscura, deteniéndose, desplomándose, luego suenan los silbidos de
pájaros que indican el amanecer, y luego el hombre se despierta –suena un
bostezo y se estira un collar de huesos-, se escucha olas en los cuencos de
agua y las palmeras, es decir: el mar.
(Cabe decir que en guembe sólo
existe el tiempo presente)
Para el oficio rodean al público
en la plaza central. Luego de las libaciones –raíces y hojas mascadas
fermentadas en un gran cuenco- comienza la ceremonia.
Las historias hieráticas de
génesis, de hazañas heroicas, de enseñanzas religiosas son hermosas por un
lado, y fundamentales para comprender la cultura humana por otro. No me
detendré en ellas, el tiempo que me queda no es mucho y los antropólogos sabrán
perdonarme la omisión.
Es la última historia que
escuché, una historia simple, que los Mp consideran de relleno en las
ceremonias, la que me trae a estas hojas, la historía de Gerh y Lisia [1].
Se dice que Gerh aprendía de su
maestro las historias que conforman la liturgia de su pueblo. Había comenzado
conociendo las historias más recientes, desovillando el hilo del tiempo para
atrás, cuando llegó a la historia de Lisia, la hija menor de una comarca vecina
cuya belleza había inspirado airados conflictos, y que para bien de los suyos
emprendió el exilio. La descripción de sus encantos arrobó al joven y, como
muchos antes que él, emprendió la busca de la doncella. Durante el viaje
escribió los cantos de Gerh, más bien un diario íntimo de sus sueños, en los
que visitó a Lisia cada noche de su travesía.
Mi memoria retiene todos, rogué
tantas veces escucharla otra vez que me expulsaron de la aldea por temor al
espíritu que me había poseído, tras largos años sólo traduje algunos, muchos
francamente deplorables dichos sin los Guembe. Pero para relatarlos comencé a
escribir, así que pienso relatarlos:
La melena de Lisia es una noche pequeña en la noche, en su melena mi
mano es una noche pequeña en su noche,
un lunar en mi muñeca es una noche pequeña en mi noche, y en esa noche se pasea
Lisia con su melena como una noche pequeña en la noche.
(Como explicar el sonido de una
noche dentro de otra, uno siente que cae en una suerte de pozo, que todo se
vuelve inmenso y lejano)
Lisia es una jauría, me acerco y muerde mi mano, la acaricio sin manos;
me arranca las piernas, la sigo sin pies; devora mi torso, soy una cabeza que
rueda en su pecho; al final me rompe el cráneo, y todo mi pensamiento puede
envolverla.
(Decir que una mujer es una jauría
y que tenga sentido, no sé como hacerlo en ninguna otra lengua, pero espero que
los excesos de las vanguardias hayan acostumbrado al hombre a ideas como ésta)
Ella y yo somos nubes que chocan, somos trueno y relámpago, somos
tormenta y lluvia, en el barro nos confundimos, y volvemos al cielo, ella y yo
somos una sola nube.
Lisia trenza su pelo y encuentra que su pelo termina en mí, yo lavo mi
brazo y encuentro su mano al final. Abro los ojos y ella ve mi día, cuando cierra
los ojos yo sueño dentro de ella.
Luego son variaciones de esa
comunión. Quizá el lector esperaba más, yo, por mi parte, entiendo al
transcribirlas que no puedo morir en paz por la vergüenza de no poder con estas
traducciones justificar porque tomé la decisión de matarme, pero si hubieran
escuchado lo que yo, si hubieran sentido a Lisia en sus propios huesos, no podrían
amar a nadie más que a ella. Y yo, a diferencia de Gerh, sé que ella no existe,
que no puedo buscarla, que no puedo siquiera pretender buscarla. Yo entendí,
como Jiménez, que fue un niño idiota,
hijo del odio y del dolor, quien hizo el mundo jugando con
pompas de jabón.
Quizá si yo tampoco existo más…
[1] Gerh
y Lisia son romanizaciones inventadas, el primer nombre se pronuncia con un
“Ger” gutural y un chasquido de lengua y significa: el que murió adolorido,
Lisia se pronuncia “L” y un silbido que liga una nota grabe con la siguiente
aguda y luego vuelve a la anterior, “L” es lo femenino, el silbido significa:
lo que sólo existe para una persona.*
* Esto puede sonar
cacofónico, pero imagine que así son muchas palabras, chasquidos, silvidos,
exhalaciones, y cuando uno habla los demás acompañan fáticamente la narración,
así escuchar a los Mp hablar es un viaje por el bosque, por la noche, por el
desierto.
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