Vivo
en un internado. Nuestro director ha muerto. La institución hace una
feria con sus pertenencias y los alumnos podemos comprarlas con
descuentos. Me interesan algunos pantalones y unos discos, pero me
molesta que no tengan el precio marcado. Me siento contra el portón
que da a la calle y pienso en cómo robarme los discos, pero alguien
se adelanta y los compra, entonces veo una rata paseando en la
vereda y pido a un transeúnte que me la acerque.
*
Vemos
una película en clase. El profesor pregunta cuál es la motivación
del héroe. Contesta un compañero. El profesor hace de nuevo la
pregunta y me señala. Doy la misma respuesta. El profesor quiere que
diga otra cosa, que no copie la respuesta. Insisto en lo que dije y
agrego “es lo que había pensado”. Discutimos, “¡digo la
verdad, digo la verdad!”, repito, y entonces la rata cruza la sala
de clases, “hasta la rata sabe que digo la verdad”, digo
desesperado. La rata me mira y comienzo a salpicarla con agua
mientras grito entre llantos “yo te bendigo, rata, jamás digas una
mentira”. El profesor trata de alejarla con el pie, pero la rata es
muy pequeña y el golpe la lastima. La encuentro luego de varias
horas, yace casi sin pelo y respirando apenas, la levantarla su cabeza se
separa del cuerpo, pero vive todavía.
Voy al dormitorio y me encuentro con el profesor. Me pregunta cómo está la
rata, se ve afligido. “Es sólo una cabeza -contesto-, ahora se
despide de sus seres queridos, en un momento subo a pisarla”, y mientras hablo me
calzo unas botas militares.
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