22/4/13

Todo fue culpa de Laura Martino




Era la tarde del 30 de julio y yo lavaba el auto de mi padre. Tenía once años. Sintonicé Radio Venus, que emitía un especial por el día de la amistad. La gente llamaba y salía al aire como siempre. En una de ésas, un muchacho dijo “quiero cantarte algo, Laura”, y le dedicó las dos primeras estrofas de una canción que nunca había oído antes. La interpretación fue a capella y espantosa, sin embargo quedé hechizado. Apagué la radio y volví a cantarla una y otra vez para memorizarla. Se la canté a todos mis conocidos, ninguno sabía qué era.

Pasaron años, a veces la canción volvía a mi cabeza. Llegué a pensar que la había soñado. Ya en el colegio quise estudiar guitarra clásica y comencé a hablar con un compañero que lo hacía. Se llamaba José. Ambos solíamos píar apenas se presentara la oportunidad. Íbamos a la plaza a reunirnos con amigos de otros colegios, tomábamos caña, fumábamos y él tocaba la guitarra. Una de ésas mañanas tocó la canción.

-¿Cómo se llama ésa?- pregunte.

-Canción para mi muerte- me dijo.

-¿De quién?

-De Sui Géneris.

Corrí a las tiendas de discos, busqué en todas, ninguna tenía nada de ellos. Pasaron otros dos años, siempre pedía a José que tocara esa canción. A las reuniones se sumaba cada año más gente, y así conocí a Abel. A él también le gustaba el grupo y cuando le dije que nunca había escuchado las grabaciones originales me prestó un cassette. El día que lo tuve no me saqué los auriculares del walkman para nada, gasté al menos tres pares de pilas “Gato” escuchando una y otra vez la cinta.

Pronto el CD se convirtió en un producto accesible y salieron revistas con compilados de música. Un día compré una que traía algo de Sui Géneris, la misma traía una nota sobre un disco de Spinetta: Artaud. Decía que era un disco inspirado en un famoso poeta francés y en Van Gogh, no decía mucho más, pero traía una lista de las canciones y los títulos me parecieron tan sugerentes... Conseguir el disco era una fantasía absurda y conseguir algún libro de Artaud no parecía más fácil, nunca había oído hablar de él ni había visto su nombre a pesar de que semanalmente recorría todas las librerías.

De vuelta pasó el tiempo y otra vez por casualidad, en India Guapa Libros, donde solía comprar casi todas las semanas a la salida del trabajo, vi un volumen gris verdoso con el retrato de un hombre hecho de arrugas y greñas. Decía en letras grandes “Artaud – Textos”.

Lo llevé, lo leí y no me gustó. Pero tampoco podía dejar de leerlo.

No se parecía a nada de lo que conocía. La generación del 27, el modernismo, los románticos europeos, los simbolistas, la poesía latinoamericana, los clásicos, gran parte de los premios Nobel eran mis lugares comunes, ésto era otro planeta.

Seguí leyendo. Todas sus palabras atacaban ferozmente la cultura de la que yo era parte. Con los meses y las relecturas aún no entendía qué proponía, pero ya sabía que el camino que yo llevaba no era el correcto. Yo tenía diecinueve años, había terminado el colegio, estaba preparándome para ser profesor de artes marciales, ya trabajaba en una escuela que enseñaba Taekwondo. Lo dejé todo de un día para el otro. Simplemente ya no podía ver la vida como la veía antes.

De éso pasaron casi diez años. Lo que se me reveló entonces me ha llevado a dedicarme a buscar algo que no creo que exista. Y todo es culpa de Laura Martino.  


No hay comentarios:

Publicar un comentario